El traslado de los toros desde la finca hasta la plaza se hizo hasta el último tercio del siglo XIX por cañadas, caminos, cordeles y veredas, y por etapas. El ganado era conducido y acompañado por una parada de cabestros, así como el mayoral y los vaqueros, que generalmente aprovechaban, para caminar, la noche y primeras horas del día, con el fin de evitar en parte los fuertes calores del estío; se hacían de 20 a 25 kilómetros diarios por término medio, por lo que era preciso invertir largas y muy duras jornadas para la conducción de las reses bravas y siempre expuestos a muchos imprevistos.
Días más o menos, en un mes se calculaba el tiempo necesario para traer una corrida a Madrid desde los prados andaluces. Ahora bien, si éste había de continuar su marcha hacia tierras costeras del Norte de España, se precisaba que el ganado descansara en las dehesas madrileñas durante un plazo de tiempo que solía ser igual al que invirtieran en su primera etapa, así pues, cuando los toros viajaban de Sevilla a San Sebastián, Pamplona o Bilbao, tardaban ¡tres meses!.
Con el fin de ahorrar tiempo, comodidad y seguridad, se le ocurrió la feliz idea de transportar los toros por vías férreas y metidas en cajones, a don Pascual Mirete -conserje de la antigua plaza de toros de la Puerta de Alcalá-. Para ello construyó un cajón -algo mayor que los actuales, con puertas de bisagras en vez de trampa corredera-. En uno de los corrales de la vieja plaza se llevó a efecto la prueba, ante un gran número de invitados, compuesto en su mayoría por ganaderos, toreros y empresarios, y en presencia de todos se procedió al encajonamiento de un astado de doña Gala Ortiz, viuda de Ginés, de San Agustín del Guadalix (Madrid), y por este medio llegó a Barcelona para ser lidiado como sobrero en la plaza de toros de la Barceloneta en la corrida anunciada el 28 de junio de 1863, para los diestros Julián Casas Salamanquino y Manuel Fuentes Bocanegra.
El ensayo del transporte por ferrocarril resultó todo un éxito y la idea bien recibida -salvo algunas protestas aisladas, que opinaban que los toros así encerrados perdían bravura y acababan por domesticarse-.
Con el tiempo, la práctica aconsejó el estrechar el tamaño de las jaulas para impedir que el toro pudiera revolverse dentro de ella, evitando así magullamientos, golpes, rozaduras y otros accidentes más graves.
El 28 de marzo de 1869 al anunciar las corridas de Madrid, se da como aliciente que se correrán seis toros traídos por ferrocarril a gran velocidad.
Hacia 1930 se dejó el transporte por tren para pasar a utilizar los camiones, por la ventaja de que llegan fácilmente hasta el embarcadero de la finca y que dejan a los toros en la misma plaza donde se van a lidiar.
Nota: Durante 38 años existió en Barcelona la costumbre de lidiar "un toro de gracia" en todas las corridas, o sea, un toro más de los anunciados. Su origen se debe a las fuertes protestas y disturbios ocurridos en 1850, por el precio elevado de las entradas, y para no provocar alborotos y desordenes públicos, la presidencia accedió a dar "un toro de gracia". Esta norma se mantuvo hasta 1888, suprimiéndose definitivamente durante las corridas verificadas con motivo de la Exposición Universal
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