miércoles, 22 de octubre de 2025

DORA LA CORDOBESITA: LA ESTRELLA CORDOBESA QUE CONQUISTÓ EL ALMA DE CHICUELO

 





En los albores del siglo XX se alzó sobre los escenarios andaluces una joven artista cuya gracia, belleza y flexibilidad artística la convirtieron en emblema de Córdoba y símbolo de una época. Dolores Castro Ruiz —más conocida por su nombre artístico, Dora la Cordobesita— fue cupletista, tonadillera, bailaora y modelo para artistas y pintores que encontraron en ella el arquetipo femenino andaluz. 

Su vida, marcada por la vocación artística y la devoción religiosa, tuvo un punto de inflexión el 10 de noviembre de 1927, cuando contrajo matrimonio con el célebre torero sevillano Manuel Jiménez Moreno “Chicuelo”. Aquel enlace, celebrado con todo el boato de los grandes acontecimientos sociales de la época, marcó también su retirada definitiva de los escenarios y el comienzo de una nueva vida en el ámbito doméstico, al lado de una de las grandes figuras del toreo moderno. 



Nacida en Córdoba el 22 de mayo de 1902, en el barrio de San Lorenzo —aunque algunos cronistas citan 1901—, Dora mostró desde niña un don natural para las artes escénicas. En un tiempo en que las mujeres artistas eran todavía vistas con cierta suspicacia, ella supo conquistar al público con su desparpajo y talento precoz. Su descubridor fue el empresario Antonio Cabrera Díaz, quien la presentó como “niña prodigio” en teatros locales. De su mano debutó en 1914 en el Salón Ramírez de Córdoba, apadrinada por la artista sevillana Amalia Molina, figura que la introdujo en los círculos profesionales del espectáculo. A partir de entonces su carrera creció vertiginosamente: actuó en el Teatro Romea de Madrid, el Cervantes de Granada y el Gran Teatro de Córdoba, consolidándose como una de las voces más queridas del cuplé andaluz. Su repertorio reflejaba el gusto popular del momento: canciones como “La rosa de los calés”, “Cruz de Mayo cordobesa” o “¡Vaya usté con Dios!”, esta última compuesta por el sevillano Font de Anta con letra de Salvador Valverde, se convirtieron en auténticos éxitos. 

Además, Dora inspiró a uno de los grandes artistas de la pintura cordobesa, Julio Romero de Torres, quien la retrató y tomó su figura como modelo para varias de sus obras más conocidas, inmortalizando su belleza serena y su mirada melancólica. La Cordobesita se convirtió así en un referente no solo de la canción andaluza, sino también del arte y la estética de su tiempo. Fue en el apogeo de su carrera cuando conoció a Manuel Jiménez “Chicuelo”, torero trianero nacido también en 1902 y ya entonces una figura consagrada por su elegancia, naturalidad y sentido estético del toreo. El encuentro entre ambos mundos —la canción y la tauromaquia— ocurrió en la Feria del Corpus de Granada de 1924, donde formalizaron su noviazgo. Tres años más tarde, el 10 de noviembre de 1927, se celebró su boda en la Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, templo de gran devoción en Córdoba. 

Dora llegó al altar acompañada por su padrino y mentor, Antonio Cabrera Díaz, quien había guiado su carrera desde la infancia. Las crónicas de la época narran el acontecimiento como un verdadero suceso social. Córdoba entera se volcó para presenciar la unión de dos celebridades, y el almuerzo posterior tuvo lugar en la casa de la plaza del Ángel, con repostería local y música en vivo interpretada por la orquesta del Teatro Duque de Rivas, dirigida por Bonifacio Mora. El enlace simbolizó también una renuncia: Chicuelo anunció que su esposa abandonaría los escenarios para dedicarse a su hogar, una decisión que, aunque difícil, Dora asumió con serenidad y elegancia. El matrimonio fijó su residencia en la Alameda de Hércules, en Sevilla, en un chalet adquirido por el torero tras su alternativa. Lejos de los focos, Dora se dedicó plenamente a su familia y a su devoción a la Virgen de los Dolores. Tuvo siete hijos, aunque algunas fuentes apuntan que uno de ellos, Juan, falleció trágicamente a los 12 años en el verano de 1944, un golpe durísimo para el matrimonio. Entre sus descendientes se contaron varios continuadores de la dinastía taurina, entre ellos Rafael Jiménez “Chicuelo II”, que seguiría los pasos de su padre y despues sus hijos; Francisco Manuel Jimenez Amador "Curro Chicuelo" y su hermano Manuel.

Dora se convirtió en el alma de una casa que respiraba arte, religiosidad y disciplina, al tiempo que acompañaba con discreción la intensa vida profesional de su marido, quien continuó toreando y desarrollando un estilo que influiría decisivamente en generaciones posteriores de toreros. Con el paso de los años, la figura de Dora la Cordobesita fue adquiriendo un aura casi legendaria. Su nombre sigue apareciendo en los estudios sobre la mujer artista de principios del siglo XX, y su imagen, capturada por Julio Romero de Torres, permanece como un icono de la feminidad andaluza. 

Su contribución a la historia del espectáculo en España se mide no solo por su arte en los escenarios, sino también por la dignidad con la que supo retirarse, eligiendo el silencio y la vida familiar en una época en que las decisiones femeninas estaban marcadas por fuertes condicionamientos sociales. Dolores Castro Ruiz falleció el 25 de abril de 1965, a los 63 años, en Sevilla, donde fue sepultada en el cementerio de San Fernando. Su marido, Chicuelo, sobreviviría algunos años más, consolidando su nombre en la historia del toreo como uno de los renovadores de la faena moderna. Hoy, su recuerdo permanece vivo tanto en la historia cultural de Andalucía como en la memoria taurina. 

Dora representó el arquetipo de la artista que, desde la luz del escenario, supo retirarse con elegancia para construir desde la sombra el legado de una de las familias más respetadas del arte y la tauromaquia española. Su vida, tejida entre los acordes del cuplé y el eco de los clarines, es reflejo del espíritu andaluz de su tiempo: pasión, arte, sacrificio y devoción. Recordar a Dora la Cordobesita es volver a una Andalucía que respiraba copla y toro, donde el arte y el sentimiento se entrelazaban en una misma melodía.

martes, 21 de octubre de 2025

Entre capotes y mantones: el amor imposible de “El Gallo” y Pastora Imperio

 

 


Madrid, 1911. El eco de los aplausos en los teatros y el olor a albero de las plazas parecían fundirse en una sola melodía cuando dos mundos colisionaron: el del toreo, con su rito y su riesgo, y el del flamenco, con su arte y su misterio. Rafael Gómez Ortega, “El Gallo”, genio y figura del toreo sevillano, y Pastora Imperio, reina indiscutible del cante y el baile, unieron sus vidas el 20 de febrero de 1911 en la iglesia madrileña de San Sebastián. Fue un acontecimiento social de primer orden: asistió la nobleza, el arte y la prensa. Pero aquella boda soñada no tardó en convertirse en uno de los episodios más comentados —y trágicamente breves— de la crónica rosa y taurina de su tiempo. Pocos meses después de la fastuosa ceremonia, el matrimonio se quebró. Pastora abandonó el domicilio conyugal, y los periódicos comenzaron a llenar columnas con insinuaciones, rumores y comentarios apenas velados. En aquel Madrid de tertulias y confidencias, la ruptura del torero y la artista se convirtió en tema de cafés y camerinos. 

🔸 Una historia marcada por el carácter Desde el inicio, el temperamento de ambos presagiaba tormenta. Rafael “El Gallo”, supersticioso y de genio cambiante, vivía entre la genialidad y la duda, mientras Pastora Imperio se afirmaba como una mujer moderna, segura y consciente de su valor artístico. Él representaba el instinto; ella, la elegancia y la inteligencia. Dos fuegos distintos que, al encontrarse, se consumieron. Los cronistas de sociedad de la época aludían a celos desmedidos por parte del torero y a una imposibilidad de convivencia entre dos figuras acostumbradas a ocupar el centro del escenario. “Pastora abandonó el hogar, cansada de los arrebatos temperamentales del Gallo”, publicó el Diario de Cádiz, añadiendo que la artista había iniciado gestiones judiciales de separación. 

🔸 Entre superstición y orgullo El carácter supersticioso de “El Gallo” fue otro ingrediente del drama. Creía en presagios, augurios y señales. En los círculos taurinos se contaba que veía en su esposa una suerte de “mala sombra” que atraía la desgracia. Algunos testimonios recogidos décadas después afirmaban que llegó a verla como una presencia fatídica, incluso “hechizada”, según cita el investigador Rafael Zubiaga en su blog sobre el misterio y la superstición taurina. Más allá del mito, los celos profesionales eran evidentes: Pastora Imperio brillaba en los escenarios de España y París, aplaudida por la realeza y admirada por hombres poderosos. Rafael, acostumbrado a ser el ídolo, se vio eclipsado por una mujer que acaparaba titulares y protagonismo. Aquella desigualdad de focos —inédita para la época— fue, según varios autores, el detonante silencioso del distanciamiento. 

🔸 Un divorcio adelantado a su tiempo En una sociedad todavía regida por valores conservadores, la ruptura fue un escándalo. Pastora Imperio, lejos de ocultarse, siguió actuando con naturalidad y elegancia, reafirmando su independencia. El torero, en cambio, se replegó en su mundo interior y en el ruedo, donde su arte, ya entonces más espiritual que triunfal, parecía un reflejo de sus desvelos personales. Aunque la separación se produjo en 1911, el divorcio legal no pudo formalizarse hasta la Segunda República, cuando la legislación lo permitió. Para entonces, cada uno había seguido su camino: Pastora consolidaba su leyenda en los teatros y Rafael caminaba hacia el mito, encerrado en sus supersticiones y nostalgias. 

🔸 Los ecos de una historia inmortal El episodio adquirió una dimensión trágica y romántica que perdura. La bailaora, símbolo de emancipación femenina, y el torero, icono de la tradición, representaron un choque entre dos visiones de la vida: la libertad y el destino. De aquella unión quedó una cicatriz en la memoria popular y una lección de modernidad: la de una mujer que, en 1911, tuvo el valor de separarse y continuar triunfando sola, cuando la sociedad no lo perdonaba. Hoy, más de un siglo después, el matrimonio efímero de “El Gallo” y Pastora Imperio sigue evocando un tiempo en el que el arte, la pasión y la rebeldía se entrelazaron hasta confundirse. 

📜 Documentos de la época “Pastora Imperio abandona el hogar conyugal. Los rumores sobre celos y diferencias de temperamento se confirman. El Gallo no se presenta en los toros desde hace semanas” — Diario de Cádiz, marzo de 1911. 
“No ha sido cuestión de caracteres”, diría años más tarde Pastora, en una frase cargada de misterio. — Entrevista de 1926 

💬 Sabías que… En la boda, celebrada con gran lujo, estuvieron Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia. La luna de miel fue breve: a los pocos meses, Pastora regresó sola a los escenarios. La hija de Pastora, Rosario (nacida en 1920), fue reconocida como hija legal de El Gallo, aunque se atribuye al duque de Dúrcal. Rafael creía en los presagios: antes de cada corrida consultaba amuletos y signos, convencido de que su destino estaba marcado. 

🕰️ Línea de tiempo: El amor y la ruptura 
Año                     Hecho 
1909                    Rafael “El Gallo” conoce a Pastora Imperio en Sevilla. 
1910                    Inician su noviazgo, seguido de una corte intensa en Madrid. 
20 febrero 1911  Boda en la iglesia de San Sebastián (Madrid). Asisten personalidades y la familia real. 

Junio 1911        Pastora abandona el domicilio conyugal. La prensa habla de “celos” y “malos tratos”. 

1912                 El matrimonio vive separado. El torero atraviesa una profunda crisis personal.  
1931                 Con la ley republicana, se oficializa el divorcio. 
1976              Pastora Imperio muere en Madrid, respetada y legendaria; Rafael había fallecido en                                    1960, envuelto en la nostalgia del arte y el misterio.

domingo, 5 de octubre de 2025

SE CUMPLEN 95 AÑOS DEL NACIMIENTO DE "EL LITRI"






Miguel Báez Espuny, conocido en el mundo taurino como “El Litri”, nació el 5 de octubre de 1930 en Gandía (Valencia) pero fue criado y se hizo a sí mismo en Huelva, ciudad que acabaría por identificarlo y consagrarlo; pertenecía a una dinastía taurina muy antigua que arranca con su abuelo novillero Manuel Báez Aráuz apodado “Mequi” (siglo XIX), continuó con su padre Miguel Báez Quintero —el primer “Litri” de proyección local— y tuvo en su medio hermano Manuel Báez Gómez (conocido como “Manolito” o “Manuel Báez ‘Litri’”) uno de los episodios más trágicos de la saga: Manuel nació fruto de una relación extramatrimonial entre Miguel Báez Quintero y Margarita Gómez (empleada del domicilio), fue criado en el hogar conyugal del torero y su esposa, y murió a consecuencia de la cornada y las complicaciones (gangrena) recibidas tras una cogida en la plaza de La Malagueta (Málaga) el 11 de febrero de 1926, falleciendo días después el 18 de febrero de 1926; la memoria local honró su recuerdo con ofrendas y un mausoleo en Huelva. 


La biografía de la familia muestra que Miguel Báez Quintero (nacido en 1869) tuvo, según las fuentes hemerográficas y biográficas tradicionales, al menos dos episodios matrimoniales relevantes: una primera esposa —citada en las crónicas locales como Antonia Hernández (a veces referida como Antonia Hernández Díaz)— con la que formó el hogar donde se integró el niño Manuel, y una segunda unión posterior con Ángela (María de los Ángeles) Espuny Lozar, valenciana residente en Gandía, de la que nacería Miguel Báez Espuny en 1930; atendiendo a las noticias y a los relatos históricos, la secuencia que aparece en la documentación pública es (1) matrimonio con Antonia Hernández —viudez o separación tras la tragedia de 1926— y (2) matrimonio posterior con Ángela Espuny, por lo que puede afirmarse con prudencia que Miguel Báez Quintero se casó al menos dos veces. Miguel Báez Quintero, figura local con trayecto en plazas andaluzas y nacionales, falleció a comienzos de 1932 en Huelva; las crónicas contemporáneas recogen que su muerte fue debida a un ataque asmático (o una afección respiratoria aguda) en enero de 1932, noticia que los periódicos de la época reflejaron resaltando su papel como patriarca de los Litri. 


Miguel Báez Espuny desarrolló su carrera de matador con el peso de esa estirpe: debutó como novillero en 1947, tomó la alternativa en 1950 y fue una de las figuras populares del toreo español de las décadas medias del siglo XX; su estilo, sus triunfos y su vida pública (incluida la presencia en el cine y la intensa relación con las hermandades y la sociedad de Huelva) le hicieron trascender la plaza hasta convertirse en referente nacional; se casó con Concha Spínola en 1967, en el Monasterio de Guadalupe, en Extremadura. 

Tuvieron tres hijos: Miguel, Rocío y Myriam. y su hijo, Miguel Báez Spínola, prolongó la saga usando también el apelativo “El Litri”. Miguel Báez Espuny falleció en Madrid el 18 de mayo de 2022 y fue enterrado en el panteón familiar del cementerio de La Soledad en Huelva; a su muerte se sucedieron homenajes, reseñas y actos que recordaron la larga trayectoria de la familia. 


Sobre el sobrenombre “Litri”: la documentación histórica y la prensa taurina documentan sucesivos portadores del apelativo en la misma familia y en el círculo taurino onubense —desde Manuel “Mequi” (el iniciador), pasando por Miguel Báez Quintero (primer Litri de amplia presencia pública), Manuel Báez (Manolito, fallecido en 1926), José Rodríguez Báez (citado en algunas listas como otro Litri de la generación intermedia), Miguel Báez Espuny y su hijo Miguel Báez Spínola—, de modo que, contando las generaciones más visibles y reconocidas por la bibliografía y la prensa, al menos cinco o seis toreros han sido conocidos públicamente como “Litri”; si se incluyen novilleros locales y referencias colaterales la cifra aumenta, pero las fuentes especializadas tienden a fijar en torno a media docena las figuras más relevantes que han llevado el apelativo.