viernes, 31 de octubre de 2014

ANTONIO PINTO


He aquí un lidiador de quien la afición actual apenas si tiene noticia, no obstante haber sido uno de los mejores picadores de su época, de aquella época en la que la bonita y arriesgada suerte de varas, se practicaba e i toda su pureza, según las reglas fijadas por Illo y Montes en sus tratados de tauromaquia, de aquella época en que los públicos admiraban y aplaudían el primer tercio de la lidia con tanto o más entusiasmo que la suerte suprema de aquella época, en fin, en que los picadores de toros, conscientes de su valía, se contrataban independientes del matador y, por consiguiente, salían a la plaza en condiciones de cumplir fielmente con su deber sin tener que sujetarse a las caprichosas órdenes del amo. 

Y, en realidad, nada tiene de extraño que el aficionado moderno apenas se dé cuenta de que existió tal diestro, pues los historiadores del Arte fueron parcos en demasía cuando de Antonio Pinto se ocuparon, y el que más, le dedicó en sus libros media docena de líneas y éstas no fueron ciertamente patentizadoras de sus hazañas. Nació el lidiador de quien nos ocupamos, en Utrera (Sevilla), el 14 de Noviembre de 1826. Hijo del famoso picador Juan Pinto, le venían de abolengo la gallardía y la destreza, y desde muy niño se desarrolló su afición al toreo, lo que contrarió el deseo de sus padres, que viéndole despejado y con actitudes para el estudio pretendieron apartarlo de la profesión del autor de sus días costeándole una carrera; pero la vocación imperó y desde 1845 comenzó a figurar su nombre en carteles de las plazas andaluzas actuando en novilladas y como reserva en las corridas de toros. 


En Madrid se presentó en 1850, actuando durante la temporada en tres corridas, una en tanda y dos de reserva. En estas corridas se mostró animoso y cumplió como bueno, más los aficionados acostumbrados a las magníficas faenas de Juan Gallardo, José Muñoz, Ceballos y el tío Lorenzo Sánchez, apreciaron en el joven Pinto excelentes condiciones para llegar a ser un buen picador de toros, pero al mismo tiempo comprendieron que necesitaba ejercitar más para alternar dignamente con sus compañeros Así lo entendió también él, alejándose voluntariamente de la plaza madrileña, a la que no volvió hasta pasados tres años, actuando en tanda con José Sevilla en la 21 corrida (el 30 de Octubre de 1853) para picar los toros Cocinero y Vanidoso (retintos), de Muñoz y Bañuelos, y Venao (negro), de Aleas. A estos toros les dio 26 puyazos y sólo sufrió dos caídas. ¡Lo mismo que ahora! El púbico premió con grandes aplausos su voluntad y adelantos en la carrera, y el notabilísimo crítico D. José Carmona y Jiménez hizo del picador la breve y encomiástica semblanza que sigue: «Ni alto ni bajo, ni grueso ni flaco, tiene la fuerza donde debe tenerla, en el brazo y en las rodillas. Su cuerpo y el del caballo son uno solo; busca la suerte en el terreno conveniente y hiere y castiga como el que más. Es de lo más florido que hay en su clase». 

El espada Francisco Arjona, Cúchares, le ofreció muchas corridas y tuvo con él gran amistad, pero estas relaciones se enfriaron no poco por el hecho siguiente: En la ro.» corrida de 1854 en que se lidiaron ocho toros de Aleas, Bañuelos, Rubio y Paredes, por las cuadrillas de Cúchares, Cayetano Sanz, Manuel Arjona y el Tato, salió en 5 ° lugar el toro Castaño (alchinegro, de Rubio) que se mostró cobarde en principio y costó trabajo prepararle para las varas. Pinto esperaba para entra en suerte, y Cúchares, impaciente por creer que el picador remoloneaba, indicó a Matías Muñiz que avisase al picador. Se llegó a él Matías y le dijo: — ¡, Señor Antonio, que si quiere usted picar»!, a lo que contestó el picador: – « ¡Mira, le dices, a tu maestro que a picar he salido, lo que no quiero es hacer títeres»! Arreó al caballo, entró en terreno comprometido y puso tres varas en un momento, siendo en las tres derribado. La lección no se la perdonó Cúchares en mucho tiempo. No toreó en Madrid en 1855, pero lo hizo en muchas corridas de Andalucía y Extremadura contratado por las empresas casi siempre, pues conociendo su habilidad como jinete y su pericia para salvar los caballos, los empresarios veían en él un defensor de sus intereses al propio tiempo que un entusiasta de su profesión que procuraba agradar al público. De su seriedad y pundonor da idea lo ocurrido el citado ario en Almendralejo. Para el mes de Septiembre, organizó un aficionado sevillano dos corridas en aquella ciudad extremeña, y desde luego contrató como picadores a Antonio Pinto y a un tal Sebastián Ruiz; después ajustó a Cúchares y fuese porque éste llevara su cuadrilla completa, o lo que es de presumir más acertadamente, porque aún durase la enemistad del año anterior, pretendió fuesen eliminados del cartel dichos picadores. Fácil fue convencer a Sebastián Ruiz, pero no así a Pinto, que se hizo fuerte con su contrato y no hubo más remedio que admitirle al lado de Federico Calderón y Juan de Fuentes, picadores que llevó Cúchares. 


Se lidiaron el primer día reses de Rueda (antes de Lesaca), y fueron tan certeros al herir que mataron 17 caballos de los 24 que la empresa disponía; sólo quedaban siete para el día siguiente, y aquí el conflicto, pues la cuadrilla se negaba a torear si no se aumentaba el número de jamelgos; recurrió el empresario a Antonio Pinto y éste convenció al Alcalde y a sus compañeros de que había caballos suficientes, terminando por decir: — «Y si nadie quiere acompañarme picaré yo sólo toda la corrida». No hay que decir que echó el resto, y con tal ahínco trabajó, que salían los toros de la suerte sin tropezar al caballo; los compañeros, heridos en su amor propio, hicieron lo mismo, y terminó la corrida quedando aún en la cuadra dos caballos ilesos de los siete preparados. Hay que hacer constar que Pinto sólo se dejó matar el que montaba al picar el último toro. Rasgos de este carácter podía citar muchos más si el espacio me lo permitiera, pero los estrechos límites a que tiene que reducirse el artículo hacen que se termine más a la ligera de lo que sería mi deseo Su fama de buen picador de toros se extendió por toda España y era solicitado de empresas y matadores; sostuvo competencias con algunos compañeros, siendo uno de los que más le disputaban las palmas Juan Álvarez, Chola, al que venció en noble lucha ante los toros. Su afición por el Arte le llevó hasta estoquear algunos toros sin despejarse del incómodo y pesado traje de picador. Llegó a cobrar por su trabajo 1.200 y 1.400 reales, cantidad fabulosa en aquellos tiempos. Percances tuvo muy pocos de importancia en su largo tiempo de picar toros. Agregado a la cuadrilla de Manuel Arjona Guillén tomó parte en las Corridas Reales de 1878 y 1879. Figuró en la cuadrilla de Antonio Carmona, el Gordito, y con él trabajó durante las temporadas de 1880 a 84, después continuó contratándose suelto para las corridas de Andalucía, y Luis Mazzantini le llevó a torear a Cádiz el 26 de Abril de 1885. Desde esta fecha toreó poco; ya viejo y arrumbado se fue retirando de las plazas hasta que lo hizo definitivamente, falleciendo en su pueblo natal, Utrera, el 27 de Diciembre de 1890. Fue el último sobreviviente de aquella pléyade de jinetes que tanto brillo dieron al primer tercio de la lidia en la segunda mitad del siglo pasado, contribuyendo con sus arrestos y voluntad a fomentar la afición al espectáculo.

jueves, 30 de octubre de 2014

ENRIQUE SALINERO GONZALEZ «ALPARGATERITO»


Valencia fue siempre cuna dé subalternos de categoría. Díganlo, si no, los nombres de «Morenito de Valencia», de Blanquet, de David, de Rosalito.... A la mejor solera valenciana pertenece este banderillero y notable peón que figuraba en los, carteles con el apodo de «Alpargaterito». Dotado de poderosas facultades físicas y de extraordinaria inteligencia, «Alpargaterito» fue utilísimo en las plantillas de los toreros de firma durante mas de cuarenta años. Se llamaba Enrique Salinero González. La fecha de su nacimiento es la del 3 de octubre de 1897. Aunque su aspecto fuerte y su talante jovial y optimista no lo pregonen. Los padres de Enrique poseían una fábrica de alpargatas en la calle de Cuarte, de la ciudad levantina. A este hecho debe el hijo el apodo que ya nunca ha de abandonarle en los carteles. El barrio donde nació «Alpargaterito» viene a ser en Valencia lo que es en Sevilla el de San Bernardo. Y así vemos que en el barrio de las Torres de Cuarte muere el malogrado Fabrilo el mismo ario que viene al mundo «Alpargaterito». Y en este mismo barrio nace Vicente Barrera, arios más tarde. Valencia, por no ser menos que Sevilla tuvo también su cuadrilla juvenil de Niños., formada por «Majito» y Andresito. En ella actúan de banderilleros varios muchachos nacidos a la sombra del Miquelet, de los que tan sólo «Rosalito de Valencia» y «Alpargaterito» llegaron a alcanzar renombre. El 2 de julio de 1911 debutó la cuadrilla en una corrida que se toreó en Valencia a beneficio de los empleados del Ayuntamiento; el ganado lidiado pertenecía a la vacada de don Damián Flores, y para ser del todo veraces tendremos que decir que ni «Bajito» ni su compañero Andresito» hicieron nada de particular. Con ellos estuvo Enrique Salinero dos años.


Durante este tiempo se anunció como «Espardeñeret». Al disolverse la cuadrilla pasó a ingresar en la plantilla de su paisano el novillero Emilio Cortell, «Cortijano», y con él torea el año 13, en Nimes, la primera corrida con picadores. En esta ocasión, fue donde templó sus arrestos. Les tocó bregar con dos sobreros, duros y difíciles, de Santa Coloma, que habían quedado de una corrida lidiada por silla chaquito y «Punteret» Como por su corta edad no le dejasen actuar las autoridades francesas, el «Cortijano» hubo de alegar que se trataba de un sobrino suyo, de cuya suerte se hacía responsable. Durante los años 1914, 15 y 16 torea en Valencia y Barcelona en calidad de peón fijo por cuenta de la Empresa. Durante este trienio actúa a las órdenes de, los entonces novilleros de postín, Zarco; Amnedo, «Fortuna» y Florentino Ballesteros. Salinero vistió en Madrid por primera vez su vestido de Plata en el mes de abril de 1917 como subalterno de José Roger, «Valencia I». Por su forma de correr y de banderillear a los dos toros de Terrones qué le correspondieron a su matador, obtuvo él unánime aplauso de público y Este éxito vino a «Alpargaterito» como llovido .del cielo, en momentos en que su situación económica no podía ser más apurada. Se habían anunciado en Madrid, mi mes antes, incluido en la plantilla del novillero aragonés Manolo Gracia. Fijar los carteles de esta corrida y abrirse las cataratas del cielo fue todo uno. Y el agua, que no cesó de caer durante doce días, se llevó los cinco duros que por todo capital había traído de Valencia el peón en pare forzoso. Por el éxito en la corrida de Terrones le incluyeron en maya del mismo año en el cartel de la corrida de la Prensa. El «Gallo, Francisco Martín Vázquez, «Joselito» y Belmonte despacharon cuatro toros de Murube y cuatro dé Pablo Romero.
«Alpargaterito», que esta vez obedecía las consignas del señor Curro Vázquez, obtuvo la consagración de su vida taurina, teniendo que destocarse la montera en los dos toros. Pero su tarde triunfal había de venir a los pocos días en la misma Plaza de Madrid. Salió a torear para «Torquito» que con Rafael el «Gallo» y Belmonte lidiaron ganado de Saltillo. «Armillita», banderillero de Juan, fue a foguear al tercero de la tarde, teniendo la desgracia de caer en la cara de la res. Fue un momento de máxima tensión ver cómo el capote del valenciano hurtaba de los pitones el cuerpo del compañero cuando la cornada parecía inevitable... En 1919 ingresa en la nómina de «Carnicerito de Málaga», y con Bernardo está hasta el 22, tres años, en los que el malagueño no bajaba de las 60 corridas. Hacía dos años que Manolo Granero le venía solicitando para que se pasara a su cuadrilla — ¡aquella cuadrilla hecha y sería que formaban Rodas, Blanquet, «Manos Duras», «Camero« y Barana!—, y que, impotentes, vieron morir a su maestro el 7 de mayo de 1922. Catorce corridas llevaba Alpargaterito» toreadas en su nuevo destino. Era la cuarta de abono. A «Pocapena» —quinto de la tarde— lo banderillearon Rodas y «Alpargaterito» como pudieron, porque el bicho, gazapón, se aquerenció, desde un principio, en los terrenos de adentro. . Y cuando ambos subalternos acababan de recoger sus capotes, un alarido les advirtió que la A, tragedia .se había consumado. « Pasó después a torear con Luis Freg el resto de la temporada. También de este año• trágico para el toreo data una de las corridas más difíciles que le ha tocado pechar al gran peón valenciano. Ocurrió en una corrida de Miura, para Paco Madrid, Freg y «Valencia II» en el ruedo de la Plaza de Toros de Castellón. El primero envió al «Chato» a la enfermería. A Freg le tocaron los tres avisos en el suyo, y si el toro no volvió vivo a los corrales se debió a que el mexicano, cerrándole el paso, lo apuntilló en la misma puerta de chiqueros. Del desconcierto general se salvaron «David» y Alpargaterito, que con su brega incansable y oportuna llevaron la tranquilidad a todos.
Los años 23, 24 y 25 Enrique se coloca con «Gitanillo de Ricla». El 26, con «Chaves.; el 27 con «Niño de la Palma.; el 28.y 29 actúa para Villalta; el 30, con Agüero. Durante 1931 y 32 integra la plantilla de Domingo Ortega. El 33 y 34 está con La Serna y el siguiente con Fernando Domínguez. Inicia la temporada de 1936 en- la cuadrilla de Jaime Pericás. El 18 de julio le sorprende en Valencia, y ya no se viste el traje de luces hasta 1939. Durante1940 y el siguiente banderillea a las órdenes de «Rafaelillo». Con «Morenito de Talavera» va los años 42 y 43; el 44 vuelve con Ortega, y ya, desde 1945, no se separa del grupo que torea para el «Andaluz... A todos sirve con su inagotable entusiasmo y vocación, y de todos sus maestros recibe «Alpargaterito» señaladas muestras de reconocimiento. Pero hoy, al hacer este peón repaso de su brillante hoja de servicios, no puede refrenar su emoción cuando le recordamos uno de sus mejores capítulos; el de los siete años consecutivos que, llevando de compañero a Cástulo Martín, integraban la pareja de banderilleros más compenetrada que ha pisado los ruedos en las últimas décadas. Se retiró en 1957 después de más de 40 años de profesión, dedicándose a llevar una vida apacible en el campo hasta su muerte.

miércoles, 29 de octubre de 2014

JOSE CANTOS "BARANA"


Hombre de elevada talla, de complexión fuerte, de nervudo brazo, recuerda este picador valenciano a aquellos varilargueros que, como Bruno Azaña, el Naranjero, Antonio Osuna, Antonio Arce y otros, por su estatura y su vigorosa constitución física acreditaron ese tipo del picador de toros que tan bien cuadra al duro ejercicio de tal profesión. Nació Barana en Valencia en el año 1885 (cuenta cuarenta y cinco años a la sazón) y aprendió el oficio de carpintero, al que se dedicó por espacio de bastantes años, pues cuando ya no era ningún chico y comenzó a actuar como picador de reserva en la plaza valenciana, al dejar la vara y despojarse del calzón de ante se ponía el mandil y empuñaba la garlopa. Su talla, su poderoso brazo y sus buenas disposiciones, sobre todo, para ejercer el toreo a caballo, le hicieron dedicarse exclusivamente a esta actividad cuando siendo todavía matador de novillos su infortunado paisano Manuel Granero lo incorporó a su cuadrilla. A ella perteneció Barana hasta la trágica muerte de aquel gran torero valenciano en la plaza de Madrid la inolvidable tarde del 7 de mayo de 1922, y desaparecido su jefe, picó durante aquella temporada a las órdenes del espada vasco Diego Mazquiarán (Fortuna). Las aptitudes de José Cantos requerían más amplio campo, y así, en el año 1923 le vemos ingresar en la cuadrilla de Chicuelo, con quien permaneció aquella temporada y la siguiente, haciendo con el mismo espada la campaña de México en el invierno de 1924-25. De regreso de aquel viaje entra a formar parte de las huestes de Marcial Lalanda y con éste toreó durante las temporadas de 1925 y 1926. Sale de la cuadrilla de Marcial Lalanda e ingresa en 1927 en la del espada bilbaíno Martín Agüero quien por entonces se aproxima a las 60 corridas anuales, hace una nueva expedición a México con dicho matador para torear en la temporada de 1927-28 y con él sigue toreando durante este último año en España. Desciende Agüero en el número de corridas toreadas, debido en gran parte a los percances que sufre, y Barana pasa a las órdenes de su paisano Enrique Torres, con quien toreó en la temporada de 1929. En 1930, perteneció a la cuadrilla de otro espada valenciano, a la del valiente Manolo Martínez, el torero de Ruzafa.

ANTONIO OSUNA


Antonio Osuna, vio la luz en aquella privilegiada tierra en el año de 1822. Tenía en su familia antecedentes taurinos, pues era sobrino del también varilarguero Francisco Osuna, lidiador del primer tercio del siglo XIX, traído a Madrid por Cristóbal Ortiz, para que se hiciese con el cartel de la Corte —exigido como garantía en muchas capitales de provincia—, conquistándolo en buena lid al lado de Míguez, Orellana, Herrera y Cano, José Pinto y otros de nombradía de aquel tiempo, logrando, ya que no superarles, mantenerse en un plano de inferioridad no muy marcada. Lo propio que al tío le ocurrió al sobrino, que al elevarse de categoría, pasado el periodo de aprendizaje en las novilladas, tuvo precisión de medir su valía con la de varilargueros de justa fama como Trigo, su cuñado Charpa, su sobrino Barrera Trigo y los no menos renombrados Puerto, Calderón, Chola, Arce, "el Coriano" y Bruno Azaña, diestros que ejercieron el oficio en la mitad del siglo XIX, época en que aun el primer tercio de la lidia conservaba no poco del prestigio de tiempos anteriores, cuando los toreros de a caballo no estaban a sueldo de los espadas ni se sometían a la disciplina de cuadrilla, servidumbre ésta que inició la decadencia de la estupenda suerte de vara. Antonio Osuna, diestro valiente, con entusiasmo y buen estilo, pero de escasa fortaleza de brazo, se situó en la línea de las segundas figuras y allí permaneció hasta su retirada. Hubo algunas temporadas que trabajó con gran-des deseos de elevarse a mayor altura, pero sus esfuerzos no lograron el éxito ambicionado y en medianía quedó, lo que no es obstáculo para que nosotros le dediquemos este breve estudio, pues sería injusto desfilasen por estas páginas únicamente los nombres de los diestros de gran altura profesional. Entendemos que los artistas de toda categoría forman el conjunto de mantenedores de la Fiesta, y, por tanto, los de segunda y tercera fila son igualmente dignos de recordación por cuantos nos interesamos por estudiar y conocer la historia del arte del toreo. Antonio Osuna Sánchez, que este era el nombre del piquero de que hoy nos ocupamos comenzó a trabajar en Andalucía, en plazas de menor esfera, en los años 1846 y 1847; en la siguiente de 1848 ya lo hizo, en otras de mayor rango, como la de Cádiz, el Puerto y Jerez de la Frontera. Vino a Madrid en 1849, figurando en algunas corridas de toros como último reserva, que era lo que en el argot taurino se llamaba estar en la buhardilla. Hizo su primera salida oficial en la novillada del 30 de diciembre de dicho año, en la que en tanda con el también novel Antonio Arce, picó los moruchos de puntas, percibiendo como gratificación por su trabajo la cantidad de 160 reales.


Continuó su labor en las corridas de esta clase los años 1850 y 51, en que le fue elevado el haber a 200 reales, y estos años salió también como reserva en algunas corridas de toros. Se ofreció para la corrida de Beneficencia de 1852 fueron aceptados sus servicios, y el 4 de julio formó con "el Pelón" y Míguez la cuarta terna de picadores, siendo 'Rabilargo" (castaño), de Aleas, el primer toro picado por Osuna en este día. No hubo ceremonia de cesión de garrocha, pero el hecho de ser admitido por dos varilargueros de alternativa equivalía a considerarle como tal, lo que no fue obstáculo para que volviese a trabajar en las novilladas invernales, costumbre generalizada en los diestros de segunda y tercera fila, pues de este modo no pasaban inactivos todo el invierno y también por mirar por sus intereses, ya que las modestas remuneraciones sólo permitían descansar esos meses a los compañeros de alto bordo. Desde ese año, 1852, toreó bastante en provincias con espadas y novilleros, en Madrid lo hizo en corridas sueltas, con alguna asiduidad en las novilladas y debido a su simpatía y buen carácter, ni empresas ni espadas se olvidaban de cuando combinaban sus próximas campañas. Antonio Osuna —escribía un cronista en 1857—sabe picar, es modesto y animoso, lástima que su brazo sea tan endeble.
La vida profesional de este piquero registra un hecho sin trascendencia, pero patentizador de la atención que los aficionados de antaño prestaban a los sucesos del toreo. Manuel Lerma, "el Coriano", alternó con Osuna en Madrid el 16 de junio de 1862 y como era la primera vez, le cedió la garrocha y preferencia para picar el toro "Gavioto" (retinto), de Miura. Algunos cronistas señalaron el acto como la alternativa, lo que dio lugar a una serie de cartas de aficionados solicitando rectificasen las revistas, ya que lo realizado por "el Coriano" debió considerarse únicamente como galantería, pues la alternativa de Osuna la tenía desde el año 1852, en que alternó con "el Pelón" y Míguez. Fue un picador poco castigada por los toros y tuvo suerte las veces que se vio en peligro, como le ocurrió en Madrid el 29 de junio de 1862, en que el toro "Jaquetón", de Suárez, le tuvo entre la vida y la muerte en una caída al descubierto. Pablo Herráiz, el gran peón de brega, le hizo un quite tan soberbio, que cierto aficionado se entusiasmó, y llamando al banderillero le obsequió con tres onzas de oro. También el salvado piquero le abrazó agradecido y el público le dio una enorme ovación. ¡Buena jornada para el gran Pablito! El percance más grave de su vida lo tuvo con el toro "Escribano" (colorado), de Aleas, lidiado en Madrid el 1 de mayo de 1864: le rompió la pierna izquierda en una caída y le tuvo sin torear el resto de la temporada. La curación consumió todos sus ahorros, y merced al desprendimiento del "Tato" pudo reponerse.
En el año de 1868 toreó unas corridas en El Havre (Francia), y en ellas manifestó su destreza clavando rejoncillos a dos toros, suerte que agradó mucho a la gente del país. Hasta el año de 1870 toreó asiduamente: luego se dedicó al tráfico de ganado, y sólo alguna que otra vez tomaba la garrocha. Al llegar las fiestas reales de 1878, su amigo Gonzalo Mora le animó para que en ellas tomase parte, lo que Osuna realizó, figurando con "el Morondo" y "el Negri”, en la séptima tanda de piqueros, que lidió en la segunda corrida, 26 de enero, siendo el toro "Comisario" (retinto); de don Félix Gómez, el último que picó en su carrera del toreo. Definitivamente retirado de la profesión, continuó residiendo en Madrid varios años: después se trasladó a Sevilla, y perdemos su pista, ignorándose la fecha de su muerte. Como antes decimos fue Osuna un diestro valiente y trabajador, a quien su constitución física impidió elevarse a la cumbre del arte, quedando en un apreciable lugar de la segunda categoría. De su seriedad y hombría de bien nos da idea el hecho siguiente: Con el matador Domingo Mendívil fue a torear dos corridas en cierta plaza levantina. Por disgustos con el ganadero pretendió el espada que en la segunda fiesta se fogueasen los más toros posibles. lo que indicó a los varilargueros. En la mañana de la corrida dijo Osuna a jefe: --Prepare usted quien me sustituya esta tarde. — ¿Por qué motivo? —Por uno muy claro: lo que usted pretende es una judiada, y yo no se la hago ni a ese ganadero ni a mi mayor enemigo. Así fue el varilarguero Sevillano Antonio Osuna.

RAMON FERNANDEZ "EL ESTERERO"


Nació Ramón Fernández en Madrid el 2 de octubre de 1833, cursó las primeras letras en las escuelas municipales, y, cuando contaba los doce años de edad, comenzó a trabajar en unos talleres de reposición de esteras, situados en lugar próximo a las Vistillas y San Francisco el Grande. Era el muchacho de recia complexión, la que alcanzó máximo desarrollo y fortaleza con el rudo trabajo del oficio. Hay indicios de que su vocación surgió de la relación y amistad que tuvo con el picador Gil Gallego, pariente del dueño del taller donde Ramón trabajaba, quien le animó para que se hiciese profesional, le aleccionó en el manejo del caballo y la garrocha, presentándole a los arrendatarios de las novilladas invernales, que lo admitieron para trabajar en las mojigangas,lo pusieron como reserva en año, y, para picar los bichos menores, debuto el 18 de enero de 1857 picando las reses «Conquista» y «Coral» (retinto, cornipaso), de don José Maldonado.
Trabajó con deseos, agradando al público y mereciendo que la crítica elogiase su labor como la mejor del tercio. A partir de esta fecha trabajó con frecuencia en Madrid, acompañó a provincias a varios novilleros, especialmente a Gregorio López Calderón y Domingo Mendívil, y a los tres años de actuaciones en esta categoría decidió recibir la alternativa, lo que realizó en la madrileña Plaza ((vieja» el 30 de septiembre —no de noviembre, como aparece por esos libros históricos--de 1860. En este día alternó con Francisco Calderón, picando el primer toro, «Boticario» (berrendo en negro), de don Ramón Romero Balmaseda. A este toro le puso siete buenas varas, teniendo la desgracia de ser herido en el muslo derecho, por lo que pasó a la enfermería, ocupando su puesto en la lidia su compañero Andrés Álvarez. Esta tarde fue aplaudido por el público y después por la crítica. La lesión revistió mayor importancia de la que se creyó en principio, y no pudo tomar parte en ninguna de las corridas restantes de la temporada, reapareciendo en el coso de su pueblo en la segunda corrida de la siguiente temporada (1861), en la que, alternando con Antonio Pinto, picó los cuatros toros de don Vicente Martínez y dos de don Francisco Arjona, en dicha corrida lidiados. Demostró plenamente el novel picador de toros que poseía tanta afición como voluntad y valentía, no perdiendo la serenidad ni aun cuando estuvo unos instantes en la nada cómo da cuna del magnífico toro «Bordador» (retinto), de don Vicente Martínez. El cronista de la fiesta reconoció la buena voluntad y colocación de este piquero, recomendándole que se agarre más al caballo y castigue con mayor eficacia. Seis corridas trabajó este año en la Plaza madrileña, visitó dos veces la enfermería, y la crítica, sin dejar de aplaudirle, volvió a recomendarle mejor reunión con el caballo y más energía al clavar la puya.
Al lado de Cayetano Sanz, de «Cúchares». Julián Casas y otros matadores, tomó parte en corridas provincianas, siempre como eventual, sin ir con ellos de plantilla. En Madrid, ajustado por las empresas, toreó en diez o doce temporadas, si bien es cierto que lo realizó con intermitencias y algunos años con escaso número de actuaciones, pues, como antes hicimos constar, sus faenas gustaban, pero no despertaban entusiasmos. Al finalizar el año de 1876 contrajo una enfermedad a la laringe, (“tisis laríngea”) la que se complicó con otro padecimiento y le causó la muerte el 30 de abril del siguiente año 1877. A su fallecimiento dejó viuda y cuatro hijos, en favor de los que se abrió una suscripción entre los compañeros, la que produjo unos seis mil reales.

sábado, 25 de octubre de 2014

JUAN JOSE BEDIA "EL GUANTERO"


Al que apodaron así sin duda por haber sido ésa su primitiva ocupación y oficio. No debió de pasar en él del aprendizaje, pues ya en 1844, cuando sólo contaba diecisiete de edad, picaba novillos embolados, aunque tal vez simultanease ambos oficios, pues, aun en aquellos económicos tiempos, pocos milagros podían realizarse con los treinta reales que cobraba los domingos que salía al anillo. Veamos las referencias de tal piquero. «Picador de toros de mediados del siglo va.» Un momento, amigos tratadistas. No eleven ustedes su categoría, pues oficialmente sólo picó novillos; no llegó a picar en tanda; cuando picó algún toro lo hizo como tercera o cuarta reserva; es decir, de los que siempre estaban en la buhardilla. según frase feliz de aquellos varilargueros. Perteneció a la cuadrilla de Manuel Arjona. Manolito Arjona, el hermano del gran «Curro Cúchares», y sobrino del formidable «Curro Guillén», no tuvo picadores en su cuadrilla. Sus toros los picaban los contratados por las empresas. Tal vez en provincias trabajase Bedia como reserva en alguna corrida en que fuese Manolo matador; fuera de esto, no. Como picador de tanda en corridas forma, les no figuró en carteles hasta 1857. En esa categoría no picó toros, al menos en Madrid, ni ese año ni otro alguno. A partir de ese año, consta su nombre en carteles madrileños de 1858, 1862 a 1866. Cierto, pero como picador novillero. Aún lo hizo en algún año más de esos indicados, pero siempre con muy escasa brillantez; pese a sus buenos deseos, el pobre «Guantero» no logró rebasar la tercera categoría. Se retiró poco después de 1866 y murió en 1881.

JOSE ANTONIO AMAYA


Nació en Sevilla en 1832 y era sobrino en primer grado del picador de toros del mismo apellido. Hijo de familia de industriales regularmente acomodados, surgió su vocación taurina de la amistad con toreros de su barrio —San Bernardo—, no saliendo a las plazas hasta el año de 1855, figurando de banderillero con los hermanos Machío y con Agustín Perera, y años más tarde acompañó en corridas sueltas a Manuel Domínguez, «el Gordito», y «Pepete». En el año de 1867 toreó como novillero algunas corridas alternando con su amigo Ricardo Osed, «el Madrileño». No debió de resultar bien la prueba, por cuanto abandonó el estoque, aplicándose a las banderillas, que manejaba con finura y garbo, como lo prueba el que, habiendo ido a Portugal con José Lara, «Chicorro», en 1870, le salieron ventajosos contratos, no regresando hasta dos meses después que su maestro. No tomó el toreo como medio de vida, trabajando con intermitencias y siempre a su capricho; debió de retirarse definitivamente por el año 1875. Es cuanto podemos referir en relación con este rehiletero.

miércoles, 22 de octubre de 2014

ANTONIO RODRIGUEZ OLIVARES "ANTOÑIN"


Es axiomático que el "ángel", la simpatía personal, contribuye en no pequeña parte al encumbramiento de todo artista, y de manera especialísima en los dedicados a la profesión taurómaca. Aparte del indiscutible valor de sus labores, una atractiva simpatía contribuyó al encumbramiento y nombradía de lidiadores como "Yllo", "Curro Guillén", "Montes", "Cúchares", el "Tato", Sanz y Ángel Pastor, y lo propio que ocurrió con los espadas podemos referir de muchos subalterno,, en que se dio el caso de superar la simpatía de que hablamos al valor de sus faenas con los astados. Uno de éstos fue el varilarguero de que hoy vamos a ocuparnos, quien de modo tal llegó a compenetrarse con los madrileños que aquí fijó su residencia, cautivando con su atractivo carácter a público y Empresas de tal modo que trabajó en el ruedo de la corte con asiduidad no justificada por su categoría como lidiador, la que nunca logró pasar de la segunda fila. Antonio Rodríguez Olivares, que tal era el nombre del héroe de nuestra historia, vio la luz en Málaga, en la última decena del siglo dieciocho. Su primitiva ocupación, la que parece ejerció en sus años mozos, fue la de contrabandista, la que abandonó, a poco de terminar la guerra de la Independencia, para dedicarse al toreo a caballo. Familiarmente fue conocido con el apodo de "Antoñín" —con el que nunca apareció en los carteles—, y en verdad que no nos explicamos el motivo del diminutivo, propio tal vez de persona enjuta de carnes y pequeña estatura, cuando Antonio Rodríguez acusaba lo contrario, ya que era buen mozo, robusto de cuerpo y desarrollada musculatura. El historiador don José Sánchez de Neira, que le vio trabajar, lo retrata así: "Buen mozo, y usando siempre costosos y bonitos trajes. 

Fue un picador aceptable, que si bien no tomaba grande empeño en buscar las suertes, no las rehuía cuando se presentaban. Se ignoran los comienzos de su carrera en el toreo, que es de suponer serían los de todos los del oficio, adiestrándose en faenas de campo y corridas de menor cuantía en plazas secundarias de la región andaluza. Vamos a concretar nuestro estudio a sus actuaciones en el ruedo de la corte, que es donde adquirió nombradía y destacó su personalidad. Algún historiador señala como presentación de Antonio Rodríguez, en Madrid, la novillada del 26 de febrero de 1823, fecha que dudamos sea cierta, pues en la relación de varilargueros que figuran en nuestros apuntes de ese año, no aparece el nombre de este diestro. Según nuestras notas, que tenemos por exactas, hizo su primera salida en la plaza madrileña el 17 de octubre de 1831, corrida extraordinaria, en la que figuraba de reserva y picó dos toros. De paso por Madrid, toma parte en la 16 corrida del siguiente año, 1832, en la que forma tanda con el sevillano Manuel González, picando los toros de Domínguez Ortiz, Vera y Lesaca, que estoquean Montes y José de los Santos. No toma parte en ninguna más de las corridas de toros de este año, sin duda por sus compromisos en Andalucía, pero el empresario de las novilladas le compromete para picar en éstas los toros de puntas, y Antonio Rodríguez vuelve a salir al ruedo en la primera fiesta de esta clase, 25 de noviembre, en la que alterna con José Zapata. 

No se contrata en 1833 de temporada en Madrid, pero la Empresa le ajusta por un número determinado de corridas, inaugurando sus actuaciones en la extraordinaria del 19 de febrero, en la que alternó con Manuel Cartón, superando a éste en su trabajo. Continuó este año trabajando, generalmente, como reserva y en sustitución de compañeros heridos, siendo ajustado por la comisión organizadora de las fiestas reales, en las que tomó parte. En esta temporada trabajó también en Madrid otro picador del mismo nombre y apellido, que figuraba entre los reservas, lo que se prestaba a confusiones lamentables, como ocurrió en la tercera corrida —29 de abril— en que heridos los de tanda, González y Botella, fueron sustituidos por los dos Antonio Rodríguez, y en el quinto toro el presidente mandó retirar a uno de ellos por impericia y cobardía, siendo sustituido por José Zapata. Parece que el retirado fue Antonio Rodríguez Cadenas, picador algo más moderno que "Antoñín". Continúa el año 1834 contratado como eventual y reserva, figurando en tanda en sólo dos corridas, las de 16 de julio y 20 de octubre —novena y decimonona de la temporada—, en las que alterna con Cristóbal Merchante y Francisco Sevilla, escribiendo el cronista: "Antoñín picó bien, le aplauden sus muchos amigos." No logra destacar y, por méritos, ser contratado de temporada en 1835: bien es verdad que para competir con Sevilla, Pinto y Hormiga, base del cartel de picadores, se requiere alguna mayor categoría de la conquistada por Antonio Rodríguez, quien continúa en su situación de segunda fila y hasta 1837 trabaja en reducido número en la tanda, siendo más frecuentes sus salidas como reserva. 

Por esta fecha se avecinda en Madrid, trabaja en las novilladas invernales y hace un ensayo como diestro de a pie, figurando de matador en la novillada de 10 de diciembre. No debió ser satisfactoria la prueba, pues el cronista de la fiesta lo hace constar en esta forma: "Tanto "Antoñín" como Zapata —éste era el otro matador. — deben continuar con la vara y dejar el estoque, para el que no muestran disposiciones." Dos buenas temporadas fueron para el piquero las de 1840 y 1842, tanto por el número de corridas toreadas como por el buen resultado de su trabajo, logrando elevar su categoría y honorarios, hasta el punto que, de seiscientos y ochocientos reales que cobraba por corrida, llegó a percibir mil ciento, suma equivalente a las de primera categoría. En la primera corrida de este ario 1842 —4 de abril—, en la que formó tanda can José Trigo, sufrió una fuerte caída en el quinto toro, pasando a la enfermería y siendo sustituido por Juan Gutiérrez, "el Montañés". Figuró como reserva en la corrida siguiente —11 de abril—, en la que no llegó a salir al ruedo: pero al verse anunciado en tanda para la tercera —18 de abril—, alegó no poder trabajar por re-sentirse de las lesiones sufridas en el brazo derecho en la primera corrida de la temporada. El empresario, don Juan Murcia, le sustituyó con José Trigo, pero no muy convencido de que el motivo alegado por el piquero fuese cierto, ordenó fuese reconocido por el facultativo de la plaza, que lo era el doctor Manuel Pereda, quien certificó que las lesiones del varilarguero carecían de importancia y hallábase en condiciones de trabajar en su oficio, certificación que sirvió a la Empresa para no abonarle su honorarios, pues el contrato marcaba que cobraría cuantas corridas dejase de trabajar por estar lesionado. 

 Ausente de nuestra plaza los años 1843 a 45, éste último tomó parte en una sola corrida, la del 28 de diciembre, en la que alternó con Antonio Fernández. Ya en esta época debía estar en franca decadencia, pues un cronista, al reseñar esta corrida, escribió: "Antoñín" muy mediano, viene desconocido, lo que se explica teniendo noticias de que ha pasado una larga enfermedad." Así fue en efecto, padeció unas fiebres intermitentes que le tuvieren varias veces a las puertas de la muerte, de las que se repuso algo en su tierra, donde pasó largo tiempo ^sin trabajar. En 1847 se contrató aquí de temporada, tomó parte en seis corridas en tanda, sufrió una cogida en la del 17 de mayo, no pudiendo volver al ruedo hasta el 28 de junio, en que volvió a ser herido. La última corrida en que tomó parte fue la del 31 de octubre, con ella terminó su contrato y se retiró de la profesión, falleciendo tres años después, el 18 de diciembre de 1850. Según queda dicho, Antonio Rodríguez no llegó a primera figura entre los varilargueros de su tiempo, quedó en un aceptable segundo plano: solía cumplir y en ocasiones se apretaba con los toros. No era fino en su trabajo, distinguiéndose más como caballista que en el manejo de la garrocha. Hombre serio en sus relaciones de sociedad y de corazón sencillo y generoso, se creé, entre la afición un gran ambiente de simpatía, lo que repercutía en su favor en el ruedo. En Madrid fue uno de los diestros más populares de su tiempo.

sábado, 18 de octubre de 2014

CORRIDA A BENEFICIO DE EL TATO

Antonio Sánchez "El Tato" y Francisco Ortega "Cuco"


El día 7 de Junio de 1869, el toro «Peregrino», de don Vicente Martínez, hirió al espada Antonio Sánchez (El Tato). A los siete días hubo necesidad de amputarle la pierna. Con objeto de aliviar la triste situación en que quedó el diestro, se organizó ea Madrid una corrida extraordinaria, que se verificó el 31 de Octubre de aquel año, y en la que se lidiaron ocho toros de las siguientes ganaderías donados por sus dueños: Primero. De don Ildefonso Núñez de Prado, vecino de Arcos. Segundo. De don José María Benjumea, regalado por don José Bermúdez Reina, de Sevilla. Tercero. De don Joaquín Pérez de la Concha, de íd. Cuarto. De la señora viuda de den Anastasio Martín, I de íd. Quinto. De don Rafael Laffitte, de id. Sexto. De don Antonio Miura, de íd. Séptimo. Del marqués del Saltillo, de íd. Octavo. De don Jerónimo Angulo, de Jerez. Picaron: los toros primero y segundo, Francisco y Antonio Calderón. Tercero y cuarto, José Marqueti y José Calderón. Quinto y sexto, Juan Antonio Mondéjar y Domingo Granda. Séptimo y octavo, Manual Sacanelles y Ramón Agujetas. Reservas: Joaquín Chico, Francisco Anaya y Gregorio Jordán. Espadas: José Ponce, Antonio Luque (Cuchareo de Córdoba), Rafael Molina (Lagartijo), Salvador Sánchez (Frascuelo), Jacinto Machío y José de Lara (Chicorro). Banderilleros: Matías Muñiz, Francisco Ortega (Cuco), Mariano Antón, Pablo Fierráiz, .Juan Yust, Benito Garrido (Villaviciosa), José Gómez (Gallito), Esteban Argüelles (Armilla) y Julián Sánchez. Antonio salió al redondel, vestido de paisano, en un coche, siendo ovacionado y recibiendo una corona que le arrojaron desde un tendido.

En Sevilla, el 24 de Septiembre do 1871, se organizó otro beneficio. Se lidiaron seis toros do la ganadería de la señora doña Manuela Suárez, viuda de don Anastasio Martín, vecina de Sevilla. Director de cuadrillas: Antonio Sánchez (Tato). Matadores: Manuel Fuentes (Bocanegra), de Córdoba; José Gíráldez (Jaqueta) y José Cinco (Cirineo), ambos de Sevilla. El día de la corrida estuvo lluvioso; a pesar de ello la concurrencia fue numerosa. Antonio trató de capear a uno de los toros; pero en el momento de citarlo, el bicho volvió la cara, como compadecido de aquel hombre inútil, a quien le engañaba el corazón. Una atronadora salva de aplausos premió los deseos del torero, y un griterío inmenso pidió que no toreara, a fin do evitar una desgracia. El Tato, con lágrimas en los ojos, desistió de torear. Antonio Sánchez "El Tato" y Francisco Ortega "El Cuco"

EL VOLAPIE DE "EL TATO"


La fama que de Antonio Sánchez, el "Tato.", ha llegado hasta nosotros es la de que fue un formidable matador de toros, y con arreglo a ella, naturalmente, las gentes suponen que ejecutaba la suerte—de la estocada a volapié se trata—con estricta sujeción a unos principios... que en la mente de los preceptistas en candelero se forjan y quedan, durante su época—la época de privanza de los tales preceptistas—como dogmas. Pues bien Antonio Sánchez, el "Tato", como todos y cada uno de los grandes matadores que en la tauromaquia han sido, tenía su forma y manera de matar a volapié, y esa forma y manera da la casualidad de que nada tiene que ver con la clásica. Como poner en evidencia estas cosas es siempre útil, pues nunca se insistirá bastante en que en el ejercicio del toreo, descontadas unas cuantas reglas que impone el toro por su peculiar y constante modo de proceder en el ruedo en virtud de su construcción anatómica y de sus instintos, todas las demás son circunstanciales y obedecen a la idiosincrasia del torero, a la moda y a la rutina ; y de ahí que en cada período los "principios inmutables" que el aficionado 'proclama hoy se "muden" en dos temporadas y lo que ayer no se le podía hacer al toro, sea lo que mañana sea obligatorio hacerle. Todo el mundo sabe que al "Tato" lo inutilizó para su profesión el toro "Peregrino" de don Vicente Martínez, el día 7 de junio de 1869, en la plaza de Madrid; pero no es tan sabido que la cogida que le costó la pierna fue debida a esa su manera de ejecutar el volapié. Y para los que lo ignoran he creído oportuno reproducir una carta del duque de Veragua (don Cristóbal Colón) que presenció el accidente y contiene enseñanzas que no está de más difundir. Dice así el curioso documento: 

“Sr. D. José Pérez de Guzmán.Madrid, 1 de julio de 1869 Querido amigo: Mucho he agradecido el recuerdo de amistad enviándome el grupo que contenía su grata del 23 del pasado. La cuadrilla me parece que corresponde en su apariencia al justo crédito que goza. Únicamente sería de desear llenara el banderillero un poco de las taleguillas sobrantes. Con mucho gusto reuniré para enviar a usted cuanto se publique con motivo de la cogida del "Tato". Hasta ahora sólo tengo noticia de la adjunta hoja suelta, escrita muy en tonto, según verá. He encargado a Carmona me envíe lo que él conozca acerca del particular; no hago mérito de lo publicado por el antiguo "Enano", pues no dudo en considerar a usted como suscriptor; y por cierto que como detalles y escrupulosidad en reunir partes facultativos, no puede mejorarse. En cuanto al juicio y observaciones que a un aficionado debe sugerir la cogida, crea usted que no ha habido más que lo siguiente: El toro era muy noble, estaba menos aburrido de lo que generalmente llegan a la muerte los toros del Colmenar, y nada tenía que inspirase cuidado, pues su condición de blando alejaba aún más todo peligro. El pobre "Tato" lo había toreado sin ninguna dificultad a pesar de su poca defensa; y habiéndole cogido los huesos dos veces, quiso asegurarlo con uno de esos volapiés que le valían tantos aplausos, y que ponían siempre a riesgo su vida. 

En aquella ocasión no intervino el primer elemento que le salvaba y era el dolor de la estocada; pues resultó .un poco al lado contrario y fuera de la cavidad. El motivo de estar la estocada ida, fui haber hecho el toro un poco más de lo que el matador creía, a consecuencia de la colocación del toril, arrancando en suerte natural. También—añade--estuvo demasiado tiempo delante de la cabeza, cosa hoy muy frecuente en los matadores actuales, y que desvirtúa el principal efecto de los, volapiés, verdaderas sorpresas, y como tales, recursos grandes para toros tunantes. Lo que no advertí fue tener el toro la cabeza baja. En fin, fue una desgracia imprevista, por haber corrido el mismo "Tato" riesgos mucho mayores sin que le engancharan los toros. Además, creo que la cornada bien cuidada desde un principio, no hubiese tenido consecuencias tan lamentables. Hemos perdido al único matador de vergüenza, pues los otros consienten que se les echen vivos los toros, sin apelar al recurso de la puntilla. En punto a destreza, todos son iguales Se ha hecho una litografía del lance, pero no tiene 'nada que merezca atención; sin embargo, la enviaré a usted cuando haya oportunidad, pues es muy grande para ir con el correo. Tuve mucho gusto en leer sus artículos publicados por el "Enano" con motivo de la obra de la tauromaquia. Todos los amigos me encargan afectuosos recuerdos para usted, de quien se repite suyo verdadero amigo, El Duque de Veragua" 

Y sin un solo comentario, pues de hacerlos sería para decir únicamente que el "Tato" gran matador, lo era a su "estilo", como lo han sido todos y lo seguirán siendo, con lo que queda confirmada toda la exactitud de la frase taurina "encontrar la muerte de los toros", pues efectivamente se "encuentra" y no se aprende, por la razón obvia de que intervienen más el "instinto" o si se quiere la "intuición" que la inteligencia y la reflexión ; sin un solo comentario, repito, acabaré recordando que alrededor del torero inválido se creó una leyenda que lo presentaba pobre y miserable, desempeñando un bajo oficio en el matadero de Sevilla para poder comer. Y eso no era la verdad. La verdad verdadera es, como dice Peña y Goñi, que aquel ser miserable y andrajoso murió dejando en alhajas más de diez mil duros, en papel del Estado treinta mil, y una casa en el barrio de San Bernardo, calle Ancha, frente a la parroquia, valorada en ocho mil. Total: un millón de reales mal contado. Esta es la verdad; pero cómo sustituirla por esa leyenda que nos pinta el triunfador de ayer transformado en vencido y nos permite exclamar Sic transit gloria mundi?

RAiMUNDO RODRÍGUEZ AYLLÓN "VALLADOLID"


Nació en Tordesillas, provincia de Valladolid, el 23 de Enero de 1854. Sus padres, Juan y Dominga, cuando aún Raimundo contaba pocos años, trasladaron a Valladolid, donde se establecieron Allí cursó el muchacho con aprovechamiento hasta el 4º año del bachillerato. En una novillada organizada a beneficio de las Escuelas tomó una parte activa, y se encontró con resolución de dar fin de los cuatro becerros de muerte ya creciditos, en vista de que los encargados de hacerio no se determinaban a ello cuando llegó el preciso momento. Las palmas que obtuvo Valladolid al ejecutarlo fueron lo suficiente para determinarle a abandonar los libros y abrazar la arriesgada profesión, con gran pena de los autores de sus días. Cuantos medios se pusieron en juego para disuadirle fueron inútiles. Las privaciones que acarrea falta de recursos fueron un acicate más para seguir adelante en sus propósitos. Para mejor ir trampeando la vida aprendió el oficio de ajustador de máquinas del ferrocarril, lo que no le impedía en ocasión tomar parte en algunas corridas y muy especialmente en las que organizaban los empleados de la línea en las que siempre se distinguía de sus demás compañeros.


 En el año de 1873 recibió su bautismo de sangre sufriendo una cornada que le atravesó el muslo derecho, y que le retuvo en cama más de dos meses. Otro hubiera desistido de seguir adelante, pero Raimundo no cejó, y al encontrarse restablecido volvió con ni vos bríos a entendérselas con los astados brutos. Llamado al servicio de las armas fue destinado ejército de operaciones del Centro durante la guerra carlista, y por méritos de guerra obtuvo varias recompensas. Al terminarse, y siendo ya sargento segundo, pasó a Sevilla, donde reanudó sus aficiones. No vamos a hacer mención C por B; sólo dicen que después de ser el matador predilecto del público que asistía a las corridas que se daban en los Campos Elíseos y haber toreado en la de Madrid como banderillero en diferentes ocasiones, actuó como espada la última de las indicadas durante la canícula de 1880 en una de cuyas fiestas ocurrió la muerte de Nicolás Fuertes (el Pollo), corrida en que demostró que era de la buena madera, pues fue, en unión de Mateíto, quien conservó la serenidad tan necesaria cuando ocurren desgraciados accidentes en un circo. 

Desde aquella fecha fue aumentando el nombre que tenía hasta llegar a figurar entre los matadores de novillos que formaban en primera fila. Toreó en la mayor parte de las plazas de España, alternando en algunas con matadores de cartel, sin que su trabajo desmereciera del de ellos. En Portugal y en Francia era muy apreciado por su excelente trabajo, y en la última de las naciones indicadas fue uno de los más infatigables propagadores del espectáculo taurino. Raro era el año que no toreaba de 30 a 40 corridas, bien ajustadas la mayor parte de ellas, pues eta de los diestros más solicitados de las empresas. Tuvo una época en que pudo aprovechar la fama que había alcanzado para tomar la suprema investidura, pero no quiso hacerlo, y eso que estaba en mejores condiciones para ello que muchos que antes y después lo han efectuado. Se conformó con seguir toreando como matador de novillos, lo que le producía lo suficiente para atender con bastante desahogo a todas sus necesidades. El 24 de Abril de 1893, cuando contaba treinta y nueve años y se encontraba en la plenitud de su vida, una rápida enfermedad acabó con su vida.

LA PERLA DE SAN BERNARDO, EL TATO.


Nada menos que este elevado sobrenombre le fue asignado en la intimidad, por la afición andaluza, a cierto matador de toros, popularísimo en su época, nacido en el más típico de los barrios sevillanos, y también el de mayor abolengo taurómaco. De este espada, muy querido y admirado en la capital de España apareció una semblanza, escrita poco después de haber llegada a la alternativa, en la que se decía lo que sigue: «Joven, muy joven, garboso, preciadito de su persona. y de simpática figura, adquiere cada día más partido que debe procurar no perder. Tenga presente, ya que tiene una facilidad asombrosa para imitar y aprender lo que otro haga, que un espada necesita más aplomo que el que le dan sus años; que en ocasiones, el torero que se estima rehúye un aplauso forzado para matar la fiera con sujeción a las leyes del arte, y cose ciertas gracias son buenas y aceptables si las hace un banderillero, pero rayan en la grotesco si las hace un espada, Pare los pies, reciba toros no abuse de las estocadas a mete y saca, y confiese menos, y será un torero en toda la extensión de la palabra, a no ser que, en vez de ir adelante, imite el cangrejo. Mucho la sentiríamos, porque es muchacho que promete.» El lidiador a quien se dedica esta sensata apreciación de sus méritos y defectos propios del principiante es Antonio Sánchez, «el Tato». 


A este infortunado lidiador, a sus primeros tiempos en la carrera del toreo, vamos a dedicar nuestro «Recuerdo» de este día, Antonio Sánchez García, hijo de Fernando y María, vio la luz en el barrio de San Bernardo, de la capital sevillana, el 6 de febrero de 1831 recibiendo las aguas bautismales, siete días después, en la Iglesia Parroquial del nombre. Cursada, no en su totalidad, la primera enseñanza, trabajó en el matadero, donde ejercía un cargo el hermano de su madre. Pronto surgió en el muchacho la vocación taurina, vocación no contrariada por su familia, y Antonio, que se había ejercitado en el manejo de la puntilla, comenzó a salir al ruedo, en el año de 1848, acompañando a los novilleros de su tiempo, en calidad de peón puntillero. Desde ese año al de 1851 toreó dando pudo, y sin cuadrilla fija, siendo una de las que más la ocuparon la organizada por el famoso gitano Francisco Rodríguez Alegría, compuesta de toreros españoles, pegadores portugueses y unos indios brasileños. Hemos leído en alguna biografía que Antonio Sánchez entró a formar parte de la cuadrilla de Francisco Arjona, «Cúchares», en el año de 1852, referencia no rigurosamente exacta, pues los peones de «Curro», en tal temporada, no fueren otros que Blas Meliz, Manuel Bustamante, «la Pulga», y Matías Muñiz. A quien acompañó «el Tato» dicha temporada fue al hermano de «Cúchares», a Manuel Arjona. Con éste fue a Madrid, tomando parte en la corrida del 29 de agosto, en la que pareó el tercer toro. «Botinero» (berrendo), de Taviel de Andrade. 

"El Tato" con su esposa, Salud Arjona, hija de "Cúchares"

A les órdenes del mismo espada toreó en Madrid tres corridas más y en la última, 31 de octubre, «Curro» le cedió el toro «Estornino» (cárdeno), de Lesaca, cuarto de los lidiados este día en Plaza entera. Desde el primer momento, la afición simpatizó con el joven sevillano, lo propio hizo la crítica, que reseñó de este modo la muerte del toro citado: «El banderillero «Tato» cogió el tropo y el estoque y se fue al bicho con toda la serenidad de un buen espada, lo trasteó con mucha gracia aunque las dos estocadas fueron algo atravesadas, confesamos que nos agradó sobremanera, haciéndonos concebir esperanzas.» No pudo presentársele bajo mejores auspicios la iniciación de sus labores ante el público madrileño; el valor, los grandes deseos y aquel especial «ángel» que le caracterizó hicieron el milagro de conquistar a la afición de la Corte en tan escaso tiempo y con breves faenas realizadas. En la temporada siguiente 1859 ya fue de plantilla con el personal de «Curro Cúchares» quien atento a su futuro yerno progresase en la carrera le autorizó para contratar como matador las corridas que se le terciase lo que realizo estoqueando no solo novilladas sino corridas de toros, y con matadores de cartel llegando en Cádiz a alternar con Manuel Domínguez, sin que mediase cesión de trastos. La alternativa de Antonio Sánchez tuvo lugar en Madrid, el 30 de octubre de este mismo año 1853. No medió cesión de estoque y muleta por no ser de ritual la ceremonia pero «Cúchares» le cedió su turno de primera espada y Antonio mato de primero y quinto lugar los toros «Cocinero» y «Airoso» (retintos), de Muñoz y Bañuelos, respectivamente. Al llegar a esta fecha no estará de más comentar una referencia relacionada con este diestro, no porque tenga gran importancia, sino por no ajustarse a la certeza que los hechos históricos requieren. La referencia aludida es la que transcribimos: «En 1854 se separa de «Cúchares», a consecuencia de su alternativa, separación que, por haberse ido con el nuevo matador valiosos elementos de la cuadrilla del maestro, tuvo para la gente aspecto de ruptura.» Quien tal escribiese demostró estar mal informado de los acontecimientos. Que al elevarse de categoría se separase de su jefe era lo natural, y con ello no hizo nada nuevo, Ni «Cúchares» perdió esos «valiosos elementos», ni hubo la menor sombra de ruptura. 

Lo ocurrido fue así: Don Julián Javier, empresario de la Plaza madrileña, ofreció al «Tato» la contrata de tercera espada para la temporada do 1854. Las condiciones, no poco curiosas por su originalidad, fueron: Mil quinientos reales por corrida, igual suma para gastos de viaje. Cien reales por corrida para ayuda de honorarios de un banderillero residente en Madrid, y una gratificación «decente» si durante la temporada se portaba bien y sus faenas agradaban a la Empresa. Aceptó Antonio la ventajosa propuesta, pues su gran deseo era trabajar ante los madrileños, y como aún no había organizado cuadrilla, le cedió «Cúchares» uno de sus banderilleros, el menos notable, desde luego, Manuel Bustamante, «la Pulga» comprometió a Quintín Sabido, o medias con la Empresa, y ésta se encargó de completar la terna con otro de su agrado. «Cúchares» siguió con la ayuda de, Muñiz y Blas Meliz, y sustituyó a Bustamante con el gaditano «Lillo». No pasó más. Para la campaña de 1855 ya organizó Antonio su número cuadrilla fija, la que se compuso del picador Mariano Cortés, «el Naranjero»; los banderilleros Nicolás Baró, Manuel Sánchez, Mariano Antón y el puntillero «el Granadino». Bien quisiéramos relacionar los más destacados sucesos de sus campañas desde esta temporada de 1855 hasta su fatal cogida por el toro colmenareño que le inutilizó para su arte, pero Dios mediante lo haremos, aunque sea a grandes rasgos, en otro estudio. Baste por hoy con añadir que al correr del tiempo fue Antonio prestando mayor atención las faenas del último tercio, sin abandonar por ello su alegre y vistoso toreo de capa. Se especializó con el estoque en una suerte en que no tuyo rival, el volapié en tablas, realizado por él de modo irreprochable. Quedan, pues, relatados en estas lineas los primeros tiempos de la vida profesional del simpático matador de toros sevillano, a quien sus entusiastas admiradores designaron con el elogioso epíteto de «La perla de San Bernardo».

lunes, 6 de octubre de 2014

JUAN DE DIOS DOMINGUEZ ARTEAGA "EL ISLEÑO O CADENAS"


Matador de toros nacido en San Fernando (Cádiz) el 14 de junio de 1825. Sus primeros ejercicios en el toreo fueron de picador en novilladas. Cambió la garrocha por el estoque, con el cual trabajó con regular éxito por diversas plazas de Andalucía. En Sevilla, donde había actuado como picador por vez primera el 9 de abril de 1837, hizo su presentación como matador el 10 de junio de 1838. El 7 de julio de 1851 pisó por primera vez el ruedo de Madrid, alternando con Cayetano Sanz, que le cedió el toro Rosaito, de don Diego Barquero. El 3 de julio de 1852 alternó en el mismo circo con José Redondo, el Chiclanero. Falleció en Sevilla el 10 de agosto de 1881. No pasó de ser un mediano matador. En cambio, cantaba muy bien aires andaluces, sobre todo playeras y soleares.
Paso mucho tiempo en América y a su regreso le protegió frecuentemente Manuel Domínguez procurándole corridas en algunas plazas andaluzas.Unos aficionados preguntaron en cierta ocasión a dicho Domínguez qué tal torero era «el Isleño», y el señor Manuel, huyendo de una respuesta que no habría de resultar agradable para el interesado, contestó: —¡Si vieran ustedes qué bien toca la guitarra!

De él dice Sánchez Neira en su “Diccionario Taurómaco”:
"Fue primero picador y luego matador de toros, sin que ni en lo uno ni en lo otro sobresaliese gran cosa. Era simpático por su trato, y entonaba unas playeras y soledades en cualquier jolgorio con tanta gracia como el que más. Tuvo su época de muy buena aceptación, especialmente en Andalucía, en cuya plaza de Sevilla trabajó por primera vez como picador el día 9 de Abril de 1837, y como matador el 10 de Junio de 1838. Le conocieron muchos por el apodo del “Isleño”.

ANTONIO GALLEGO MARTIN "CADENA"


El día que Antonio Gallego usó reloj de bolsillo se sintió el más feliz de los mortales. Tanto tiempo ostentando cadena, y aun cadenas, sin ir sujeto a ellas cronómetro alguno, era muy lastimoso para su impaciente vanidad de chiquillo presumido. Y tanto pisto se dio adornándose con tales tiras de eslabones, que de esto le viene el apodo que lleva.Nació el 13 de febrero de 1887, pero se le tuvo por madrileño porque en la villa y corte residió desde la edad de tres años. Aprendida la instrucción primaria, se dedicó a varios oficios y fue, entre otras cosas, electricista, grabador en metal y algunos años dependiente en un comercio de tejidos. Ya habla cumplido los veinte de edad cuando se lanzó a tomar parte en las capeas, y en la primera que actuó fue volteado por una resabiada res. Mal principio. ¿Pero quién se amilana por cogida más o menos cuando la "fisión" lo avasalla todo? Antonio Gallego fue lidiador trashumante varios años y perteneció a la caterva de torerillos en estado de canuto cantada por nosotros, nada menos que en verso, en nuestros juveniles años. De tal poema "o así" es aquello que dice:
"Eres bohemia eterna, madre del arte;
el alma tienes hecha con ilusiones,
y vas, si tienes toros, a cualquier parte
y Viajas en los topes de los vagones.
Ruedas por los caminos como una llanta;
por equipaje llevas un capotillo;
te unen estrechos lazos con la carpanta
y no dispones nunca de un mal pitillo".
En el año 1913 vistió por primera vez el traje de luces; fue en las Navas de San Antonio (Segovia); el matador, Demetrio Gil (Burgalés), y como no tenía capote de paseo, hizo éste ciñendo a su cuerpo una muleta. Recomendado por Vicente Pastor, consiguió que la Empresa de Madrid lo sacara para actuar en dicha plaza como banderillero. Y luego, en 1914, se colocó con José Roger (Valencia), siendo éste matador de novillos.

Algunos años toreó suelto, a las órdenes de varios novilleros, y en 1918 formó parte de la cuadrilla de Domingo González (Dominguín), en la que permaneció hasta que en 1921, al tomar la alternativa Nacional II, pasó a la de éste. Fue luego su jefe, desde 1925, Valencia II y desde el año 1928 a las órdenes de Marcial Lalanda , acreditando sus relevantes aptitudes como peón y banderillero. Con los que fueron sus jefes ha realizo a América siete viajes: dos a México y uno al Perú, con Dominguín; uno a México, con Nacional II, y otros dos a México y uno más al Perú, también, con Valencia II. Repetidas veces lo hirieron los toros gravemente: En los comienzos de su peligrosa profesión, un morucho de Valdosadero, en Soria, le infirió una cornada en los riñones. 


En Barcelona (Arenas), el 26 de abril de 1925, un toro de Cruz del Castillo le produjo una herida muy grave en el muslo izquierdo. En Vista-Alegre (Carabanchel), el 19 de marzo de 1927, sufrió de un toro de Avente otra cornada grave en el tercio medio de la misma pierna. En Tomelloso, el 10 de septiembre de 1929, un toro de Justo Puente le hirió de gravedad en el pie derecho. Y en Cádiz, el 31 de marzo de 1930, un astado de Villamarta, le hirió también gravemente, en los testículos. No fue Antonio Gallego el primer lidiador que ostento el apodo Cadenas, pues ya fue designado con el mismo un tal Juan de Dios Domínguez, gaditano también, de San Fernando, y matador de toros, puesto que recibió la alternativa en Madrid, de manos de Cayetano Sanz, el 7 de julio de 1851.


viernes, 3 de octubre de 2014

ALFREDO DAVID PUCHADES


Célebre banderillero, nacido en Valencia el 12 de agosto de 1891, y muerto en Madrid el 13 de febrero de 1978. Acompañó primero al matador vallisoletano Pacomio Peribáñez y Antón, y después se alistó en la cuadrilla del infortunado coletudo sevillano Manuel Varé García ("Varelito"). Como era antigua usanza entre los hombres de plata, Alfredo David Puchades tomó su alternativa como subalterno, concedida nada más y nada menos que por el afamado banderillero Manuel Saco León ("Cantimplas"). Fue en las arenas del coso madrileño, un 26 de septiembre de 1918, el mismo día en que el matador a cuyas órdenes bregaba entonces David Puchades recibía también su alternativa apadrinado por el genial José Gómez Ortega ("Joselito"). Después de esta etapa en la cuadrilla de "Varelito", Alfredo David acompañó a diestros tan relevantes como el vizcaíno Diego Mazquiarán Torrontegui ("Fortuna"), el madrileño Agustín García Malla Díaz ("Agustín Malla"), el sevillano José García Rodríguez ("El Algabeño"), el valenciano Vicente Barrera y Cambra, el toledano Domingo López Ortega ("Domingo Ortega"), el cordobés Manuel Rodríguez Sánchez ("Manolete"), el madrileño Luis Miguel González Lucas ("Luis Miguel Dominguín") y, entre otros coletudos no menos célebres, el argentino Raúl Acha Sanz ("Rovira"). Tras esta densa, dilatada y brillantísima carrera de subalterno, que bien podría hacer palidecer de envidia al exquisito poeta Manuel Machado ("y antes que poeta, mi deseo primero / hubiera sido ser un buen banderillero"), Alfredo David Puchades se retiró del ejercicio activo de la profesión en 1965. Murió en Madrid.

jueves, 2 de octubre de 2014

BRUNO AZAÑA


Sin el empuje de Trigo, Charpa, o el Coriano, sin la finura del tío Lorenzo Sánchez o los hermanos Puerto, supo mantenerse a su nivel y compartir con los mismos los aplausos de los públicos. Desde que llegó a la alternativa solicitaron su concurso matadores y empresas: su nombre era una garantía en los carteles de las fiestas, y los aficionados, acostumbrados a calibrar la valía de los artistas, veían con satisfacción que el piquero madrileño era uno de los que habían de servir las corridas proyectadas. Alcanzó Bruno Azaña fama y nombradía merced a su gran afición y a una valentía tan irreflexiva en ocasiones, que citaba al toro en cualquier terreno, sin querer hacerse cargo del peligro. Se le tachaba de ser de carácter violento y un tanto díscolo con los jefes de cuadrilla; si en realidad estos defectos tenía, se los toleraban en gracia a la bondad de sus labores en el ruedo, a su inagotable buen deseo de complacer a los espectadores. Desde muy joven padeció de la vista, quedándole una miopía acrecentada con la edad, desgracia que le perjudicó mucho en el ejercicio de la profesión. Vamos a ofrecer a los lectores unos breves apuntes biográficos de este notable picador de toros: Nació Bruno Ataña en Madrid el 6 de octubre de 1819 siendo su primera ocupación la de emplearlo en la caballeriza que poseía la empresa concesionaria de la diligencia —coche correo— Madrid-Aranda-Burgos. Allí se habituó al manejo de les caballos, por lo que al surgir en él la vacación taurina —vocación nada prematura, ciertamente— eligió el toreo montado por ser más de su agrado, quizá también por adaptarse mejor a Sus condiciones físicas. Del notable varilarguero José Muñoz Domínguez recibió lecciones del arte de torear a caballo, y recomendado por éste al organizador de las novilladas invernales, salió por vez primera al ruedo de su pueblo, picando los moruchos embolados de la fiesta del 23 de enero de 1845 agradando su trabajo, no tanto por lo esmerado como por la voluntad y deseos de que dio pruebas manifiestas.

Fue repetida su presencia en sucesivas novilladas, asignándole el arrendatario la suma de cien reales por corrida, más un traje que le había prestado para que hiciese su presentación y que le regaló en vista de su buen comportamiento. Picó novillos de puntas el 1 de febrero de 1846 corrida en que le anunciaron indebidamente como nuevo en la Plaza. Todo ese año y el siguiente de 1847 figuró en fiestas de menor categoría y en algunas de toros como picador de reserva, sin que se le terciase salir al ruedo hasta el 11 de octubre, en que ocupó el lugar del que fue su maestro José Muñoz, que, herido, había pasado a la enfermería. Como picador de tanda en corrida de toros, lo hizo por vez primera el 14 de noviembre del mismo año 1847 a que venimos refiriéndonos. Este día se dio una corrida organizada por "Cúchares" a beneficio de los antiguos lidiadores Hormigo y Usa, que se hallaban enfermos; todos los diestros trabajaron gratuitamente, y Bruno fue uno de los primeros que se ofrecieron, siendo aceptados sus servicios. No consideró esta fecha como la de su alternativa, por ser como él picador de novillos el compañero en la tanda, el madrileño Antonio Arce; por tanto, continuó en la misma categoría hasta el siguiente año, en que autorizó su ascenso el diestro Francisco Puerto, cediéndole la garrocha en la decimoctava fiesta de la temporada, día 12 de noviembre. Bruno Azaña se esmeró en el cumplimiento de su deber en día tan señalado de su vida profesional; picó bien los toros de Torre y Ramos, Mantet y Suárez, el público le aplaudió y la empresa le gratificó con la suma de seiscientos reales. Desde esta fecha torea mucho en Madrid y provincias, forma en las cuadrillas de acreditados matadores y es de los varilargueros más solicitados. Íntimo amigo del espada cordobés "Pepete", toreó mucho a sus órdenes y a su cuadrilla pertenecía cuando el infortunado José Rodríguez sucumbió en la Plaza de la Corte. Bruno Azaña no abandonó un momento el cadáver de su fraternal jefe y amigo y de tal modo se afectó en el acto de darle sepultura, que tuvieron que socorrerle y conducirle a su domicilio. Muerto "Pepete", solicitaron varios espadas el concurso del acreditado piquero, el que de momento se incorporó a la gente de Julián Casas, "el Salamanquino", con el que estuvo hasta que pasó a las órdenes de Antonio Sánchez, "el Tato", con el que ya había toreado bastante corno eventual, Bruno Azaña fue un picador de mucha suerte, aunque su miopía le puso en mis de un aprieto en ocasiones.


Relataremos dos percances de los que salió ileso por su buena fortuna, percances de idéntica factura. En la corrida de Madrid del 9 de junio de 1850 se hallaba desmontado al lado del caballo, cuando el toro "Luchano" (retinto), de Torre y Rauri, que salió rebrincado de una vara, dio una carrera y se lanzó sobre el bulto que formaban picador y caballo. Bruno, que no vio venir al animal, fue lanzado al espacio, cayó ante la cara y el toro le tiró un derrote sin empitonarle. Hicieron el quite y se levantó sin la menor novedad en su persona ni en su indumentaria. El segundo lance le ocurrió once años después, en Murcia, toreando con Julián Casas, sustituto de "Pepete". Arreglaba el estribo para montar de nuevo después de una caída, cuando el toro se le coló sin ser visto, 10 encunó y lanzó como una flecha, cayendo al otro lado del caballo sin sufrir daño alguno. Entre sus grandes faenas merece consignarse la realizada en la corrida de Barcelona el 21 de noviembre de 1858, toreando con Antonio Sánchez, "el Tato". El segundo toro, "Matón" (retinto), de Carriquirri, un bicho muy bravo y de poder, entró al cite del piquero, que le dejó llegar clavando bien la puya en el morrillo. Codicioso el animal, luchaba por derribar, lo que no conseguía por la firmeza del caballo y el empuje del picador; el público, absorto, guardó imponente silencio, el que rompió momentos después para premiar con una gran ovación al piquero vencedor en el torneo. De su valentía y despreocupación ante las reses, por grandes y bien armadas que estuviesen, nos da idea el suceso siguiente: Se lidiaba en Madrid el 1 de junio de 1862 el toro Lesaqueño "Polvorillo" (cárdeno), bicho de mucha romana y arboladura, que había derribado con gran aparato a Antonio Arce, primer piquero de tanda. Preparado Bruno para entrar, le dije el banderillero madrileño Mateo López, que a su lado se hallaba: —Tío Bruno, agárrese usted bien, que éste pega duro. —Quia, hombre; este bicho no hace nada, ya lo verás. Entró en suerte y agarró un buen puyazo, derrotó el toro, empitonó al diestro por la pierna derecha, lo sacó de la silla y, volteándole, se lo echó sobre el lomo, de donde resbaló, y cayó de pie sin sufrir al más leve rasguño, tan solo la rotura de la calzona. Al retirarse al estribo se enfrentó con Mateo, al que dijo: — ¿Ves tú como no hacía nada este toro? — ¿Que no hace nada y le ha enseñado a usted el oficio de titiritero?... La última corrida en que tomó parte en Madrid fue la del 6 de octubre de 1867 —cuando cumplía cuarenta y ocho años de edad-- figuraba de primera reserva y salió a picar al toro tercero, "Fortuna" (negro), de Cuña, al que puso nueve varas, pasando a la enfermería con alguna contusión de escasa importancia. Pasó en mal estado de salud aquel invierno, y una enfermedad común dio fin de su vida en Madrid el 1 de abril de 1868. Esta fue la vida en el arte de uno de los buenos varilargueros madrileños.

RAIMUNDO VICENTE “CERRAJAS”


Modesto artista a caballo digno de consideración. Nació en Zaragoza el 12 de diciembre de 1892. Era hijo de un modesto banderillero que ostentó el mismo podo y sobrino de otro "Cerrajas" picador que tampoco logró gran celebridad. Raimundo Vicente, fue un piquero que cumplió dignamente su cometido. Como reserva muchas veces y a las órdenes de algunos matadores picaba con frecuencia, distinguiéndose por su voluntad, pues era de los que no remoloneaban en ir al toro. Murió víctima de larga y traidora enfermedad, el día 7 de abril de 1933, falleció en el Hospital de San Pablo, de Barcelona donde residía.

JOSE MUÑAGORRI CENITAGOYA


Nace en Bilbao en la calle Urazurrutia, en el nº 4, el 29 de abril de 1881. Fue bautizado en la Parroquia de San Antonio Abad con el nombre de José Manuel. Su padre era sombrerero, nada que ver con el mundo taurino ni tampoco se le conocían antecedentes familiares.
Sus inicios taurómacos fueron como banderillero con 19 años y el 28 de junio de 1903 actuó en Bilbao como sobresaliente en una novillada de Pablo Romero, estoqueando un astado, añadir que llegó a torear 18 novilladas, estoqueando 33 astados; en ocasiones como banderillero, otras como sobresaliente incluida la muerte de novillos, con lo que su carrera se va asentando. En 1908 sufrió una grave cogida en Barcelona, concretamente el 24 de mayo, lo que frenó su carrera e ilusiones, si bien el 25 de octubre del mismo año tomó la alternativa en Huercal Overa, Almería, en un mano a mano con Juan Sal “Saleri”. Posteriormente renunció al grado de matador, yendo de banderillero en ocasiones con Cocherito, Chiquito de Begoña y otros. Posteriormente tomó una nueva alternativa como matador de toros en México donde actuó en diversas plazas, siendo Antonio Montes su padrino.
Llegado el año 1915, concretamente el 26 de agosto, actúa como sobresaliente en la coqueta plaza de Toros de Indauchu con toros del Marqués de Villagodio, alternando con Juan Cecilio “Punteret” y Pacomio Peribáñez. Siguió su faceta de banderillero con “Fortuna” pero nuevamente se cansa de la profesión, quizás por falta de contratos o falta de afición, o bien ambas cosas, estando unos años retirado hasta que el 28 de junio de 1925, ya madurito, vuelve a tomar la alternativa en Palma de Mallorca con toros de Villamarta, actuando con Eugenio Ventoldrá y siendo el padrino Marcial Lalanda, nada más y nada menos. Posteriormente no volvió a vestirse de luces ni tan siquiera para confirmar su graduación, falleciendo en Barcelona el 7 de julio de 1951 donde residía desde hacía muchos años.
Es curioso y singular el pasar por la profesión de este torero, del que se dice contaba con simpatías y condiciones favorables, aunque también cuentan que una de las causas de no llegar más alto en el toreo era por se muy comilón, ya que el crítico Camisero así lo confirma al consignar que en un “mano a mano” gastronómico con el espada Félix Velasco en México se comieron un pavo con mole, el típico “ mole de guajolote” con su fuerte picante, por lo que quizás estos atracones le quitaban las ganas de vestir el pesado traje de luces y sobre todo ponerse delante del “morito” añadiendo del mismo que fue buen banderillero y bravo matador.
La vida taurómaca de Muñagorri tiene gran riqueza anecdótica,citaremos un episodio de su historia: Toreando el 23 de septiembre de 1917 en Valladolid a las órdenes de su paisano Fortuna (en cuya cuadrilla figuraba también a la sazón el gran rehiletero Magritas), éste fue reñido sin venir a cuento por el matador, y mostrándose sensible ante la inmotivada amonestación, se aproximó a Muñagorri para lamentarse. Es buen Muñagorri, que nunca ha tenido pelos en la lengua, comentó el hecho diciendo en voz alta: —Eso es lo que saben hacer estos toreros : reñir ; pero no arrimarse al toro, como Belmonte. Adviértase que se expresaba así contra su propio jefe, quien en aquel momento citaba al toro con la muleta para darle un pase ayudado, y creyendo al oír la voz de Muñagorri que éste le hacía alguna indicación referente a las condiciones del enemigo o a la forma en que debía torearlo, gritó: --¿ No ves que no embiste? ¡ Si está asfixiao! A lo que Muñagorri replicó in continenti: —; Pues dale oxígeno !

MANUEL PEREZ LOPEZ "EL SASTRE"


El día 17 de Septiembre de 1880, tomó en Madrid la alternativa de picador de toros este muchacho, que nació en Torrejón de Velasco, provincia de Madrid, el día 17 de Junio de 1858. Sus padres, Juan y Eladia López, le dedicaron al oficio de sastre, en que fue bastante aventajado, pero sus aficiones le llevaron al arte de torear, por el cual abandonó aquél. Empezó en novilladas en la plaza de los Campos Elíseos el año 1876, y en el mismo año ingresó en la cuadrilla de niños que dirigía Vicente Ortega, y a los dos años toreó en Montevideo en compañía de Carrión y Mateíto. Cuando regresó a España, trabajó en las cuadrillas de Lagartijo, Cara-ancha y Ángel Pastor, con gran voluntad, y luego en la Habana con Lagartija y Mazzantini, que le llevó a México en el año de 1888, en cuyo año, toreando con Frascuelo, tuvo una cogida en Madrid que le lastimó gravemente la muñeca del brazo izquierdo, además del pie derecho. Fue tal su afición y tal su deseo de ser útil a los desvalidos, que trabajo gratis en muchas corridas benéficas, llevándole su afición hasta el punto de torear a pie y ejecutar la suerte de matar, en una novillada que se dio en Murcia cuando las célebres inundaciones, y en Madrid en la que se celebró a beneficio de un hijo del antiguo picador Mariano Cortés (El Naranjero). También rejoneo con tanta habilidad como picando toros, y en esta suerte se le vio siempre entrar por derecho, y castigar bien. La prensa se ocupó mucho del rasgo de valor y serenidad que demostró para sujetar los caballos de un coche que venían desbocados por la Puerta del Sol a la calle de Carretas, salvando a las personas que ocupaban el carruaje, y sufriendo una gran contusión. Pasó sus últimos años en Orihuela, su hijo y su nieto también fueron picadores.

miércoles, 1 de octubre de 2014

BARTOLOME JIMENEZ TORERO Y GADITANO


Bartolomé Jiménez, de quien dice el historiador Sánchez de Neira, y copian sus sucesores, que fue un picador de mérito sobresaliente, que trabajó en la cuadrilla de «Pepe-Illo» y otras de primer orden. Inventaría seguidamente otro diestro del mismo nombre, lo cita como peón y banderillero de Pedro Romero; después; como primera espada en Madrid, dudando si se trataría de un mismo torero que comenzase de picador y abandonase luego la garrocha para empuñar la espada. No hay nada de esto. Bartolomé Jiménez no fue nunca picador de toros; desde sus comienzos practicó el toreo de a pie, como peón y banderillero, y las dudas del insigne autor del «Gran Diccionario Taurómaco» provienen de que confundió las actuaciones de este diestro con las de los picadores Juan y Manuel Jiménez, contemporáneos de Bartolomé. También sufre una ofuscación al afirmar que José Delgado y otros espadas de su época llevaban picadores en sus cuadrillas. Más de una vez hemos rebatido este aserto, pues consta de manera indubitable que los varilargueros de aquel tiempo y los posteriores, hasta la época de Montes, no estaban sometidos a la disciplina de cuadrillas. Dicho lo cual, veamos nuestros apuntes con relación al matador de toros Bartolomé Jiménez Acosta, que vio la luz en Cádiz el 16 de octubre de 1764. Hijo de industriales tablajeros, fue ésta su primitiva ocupación y de su contacto con el ganado en el matadero surgió su vocación por el arte, vocación no muy prematura, pues no la sintió hasta cerca de sus cuatro lustros. Juan Castell, matador de toros retirado, pariente de su padre, gustoso de las aficiones del joven, le examinó de aptitudes, y comprendiendo reunía las precisas para el arte, le presentó a su amigo el gran Pedro Romero, que en Cádiz había fijado en aquel tiempo su residencia, y al lado del espada rondeño toreó Bartolomé en Andalucía desde 1787, viniendo con su maestro a las corridas reales madrileñas de 1789, pero no de banderillero y media espada, corno afirma un biógrafo, sino de lo primero únicamente, pues los medias espadas fueron José y Antonio Romero, Francisco Herrera y Juan José de la Torre. 

No toreó en Madrid en 1790. Continuando en provincias al lado de Romero, y éste; que apuntaba los anhelos del muchacho por llegar a matador, le permite figurar de media espada para estoquear los últimos toros. Con Pedro y sus hermanos José y Antonio Romero viene nuevamente a Madrid en 1791. No puede figurar de media espada, por ser Herrera, Torre y José Jiménez los contratados para ello; no obstante, sustituye a Torre en la corrida del 19 de septiembre y estoquea su primer toro en Madrid. Pedro Romero lo recomienda a los maestrantes sevillanos, y éstos atienden al diestro de Ronda, contratando a Bartolomé como media espada, y en unión de «dilo» y Barcés torea en las fiestas de los días 25 y 27 de mayo, y 10 a 12 de junio de 1793. Supo captarse la simpatía de los citados matadores; quedó muy bien en la muerte de sus toros, especialmente en el último de la tercera corrida, un toro bravísimo de don Luis Bil, de La Rinconada, al que preparó con solo dos pases y mató de una, gran estocada, practicando a la perfección la suerte de recibir. La Maestranza quedó tan complacida del trabajo del medio espada, que le renovó el con: trato, no sólo para las corridas del otoño de aquel año, sino para todas las del siguiente, que fueron doce en total. 

En estas corridas demostró Bartolomé plenamente las características de su arte, sobrio estilo y extraordinario arrojo. En una de las corridas de esta temporada hallaba se en la Plaza el diestro retirado Joaquín Rodríguez («Costillares»), a quien brindan sus toros «Illo» y Conde, y lo propio hace Jiménez, que con gran fortuna practicó la suerte del volapié, en honor del inventor de la misma. Nuevamente se le ajusta con la misma categoría para las corridas de 1795; pero en vista de los progresos realizados, el primer matador jefe de lidia, José Delgado («Illo»), le admite como tercera espada, y el 16 de mayo alterna por vez primera como matador de toros con el citado Francisco Garcés, quedando como matador de alternativa sin cesión de trastos, por no ser de ritual en aquel tiempo esta ceremonia. En su nueva categoría alternó ya en las corridas de otoño dispuestas por la Maestranza. A la Plaza madrileña no viene hasta el año 1801, toreando algunas corridas sueltas después de la muerte de «Illo». Se le contrata por la Junta de Hospitales para la temporada de 1802; pero en estas fiestas, como a las anteriores de 1801, no viene de media espada, como afirma un historiador del día, sino de matador de cartel, para alternar con José Romero y Antonio de los Santos. Vuelve a ser contratado con Romero y Agustín Aroca para 1803; torea toda la temporada y las corridas reales, y al retirarse José Romero al finalizar este año su contrato, queda Jiménez de primer matador en 1804. Decaen algo sus facultades por enfermedad; sufre una grave cogida el 9 de abril; no reaparece hasta el 28 de mayo; lo efectúa con su valentía característica; sufre nuevos leves percances, y el 1 de octubre trabaja por última vez en nuestra Plaza. Prohibida la Fiesta en 1805, se retiró a su pueblo natal, ocupándose nuevamente en la industria de la carne.