jueves, 28 de febrero de 2013

NO AL AFEITADO
En 1952, cuando el afeitado estaba en su apogeo, Antonio Bienvenida alzó voz y muleta contra el fraude. Y se quedó más solo que la una. Al denunciar el afeitado y negarse a torear reses manipuladas, dejó al descubierto los fundamentos, circunstanciales por supuesto, de la tauromaquia de unos cuantos fenómenos: el utrero abecerrado y, además, afeitado. Antonio Ordóñez fue el adalid de la conjuración. Pero no estuvo solo. Al veto del torero de Ronda, indiscutible mandamás del momento, se unieron Antoñete, Jumillano, Pedrés y Rafael Ortega, quizás el más grande y puro del último medio siglo, aunque siempre sin mando. Fueron los más significativos. Julio Aparicio, beligerante al principio contra Bienvenida, rompió el veto apuntándose a un ruidoso mano a mano con el vetado. Sólo la ayuda de Pérez Tabernero, que había aportado seis toros una semana antes para una corrida en solitario de Antonio en Las Ventas, ayudó a Bienvenida en esos difíciles momentos.
Los recelos contra Bienvenida nunca se disiparon. Y fue acusado de «enemigo de la Fiesta». El afeitado no desapareció entonces, aunque alguna disposición se reflejó en el Reglamento. Y ahí sigue. ¿Quién podría hoy emular el gesto de Antonio Bienvenida? Los aficionados esperan y la gloria está al alcance de la mano. ¡De frente, ar! A ver si surge otro «enemigo de la Fiesta».

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