Rafael Guerra Bejarano, más conocido como Guerrita, es uno de los nombres imprescindibles para entender la evolución del toreo entre los siglos XIX y XX. Su figura no solo fue grande como matador, sino que, antes de alcanzar ese estatus, dejó huella como banderillero en las cuadrillas más importantes de su tiempo. En especial, fue pieza clave al lado de Fernando Gómez “El Gallo”, con quien vivió una de las etapas más intensas y formativas de su carrera.
Nacido en Córdoba en 1862, Rafael creció en un entorno donde el toreo no era bien visto en su casa. Su padre, portero del matadero municipal y encargado de sus llaves —de ahí el apodo juvenil de El Llaverito—, aborrecía el mundo del toro, especialmente tras la muerte de un familiar en los ruedos. Pero el joven Rafael no se dejó amedrentar. Muy pronto, su pasión y determinación lo llevaron a los tentaderos, donde comenzó a brillar por su habilidad, inteligencia y capacidad de adaptación ante las reses.
En septiembre de 1876, con solo 14 años, hizo su debut en público en Andújar como parte de la cuadrilla de Los niños de Córdoba.
Después de una pausa forzada por su familia, regresó con fuerza a los ruedos en 1878 y, tras varias actuaciones en novilladas, se unió en 1881 a la cuadrilla del matador Manuel Fuentes “Bocanegra”. Sin embargo, su paso por esta fue breve. Un año después, pasó a formar parte de la cuadrilla de Fernando Gómez “El Gallo”, en lo que sería uno de los capítulos más relevantes de su carrera como subalterno. A su lado, Guerrita no solo fue banderillero de referencia, sino que se convirtió en su hombre de confianza, hasta el punto de ser padrino del bautizo del hijo de su jefe, el que luego sería el mítico Rafael “El Gallo” ,aunque al parecer, esto es más mito que realidad, al menos documentalmente.
El trabajo de Guerrita en esa etapa fue tan sobresaliente que su nombre empezó a figurar en los carteles con el mismo tamaño que el de los espadas. Su popularidad creció hasta tal punto que muchos empresarios taurinos solicitaban su participación como condición para contratar al resto del cartel. Durante aquellos años, compartió plaza con toreros de la talla de Ángel Pastor, Lagartijo, Frascuelo, y leyendas internacionales como el mexicano Ponciano Díaz. Como banderillero, alternó con figuras inolvidables como Pablo Herrera, Antonio Recio, Manene o Gabriel “El Estudiante”, consolidando su estatus como uno de los subalternos más respetados de su generación.
No fue solo en las grandes plazas donde Guerrita demostró su clase. También actuó en festivales benéficos, corridas mixtas, novilladas e incluso espectáculos en plazas portátiles, desplazándose por toda la geografía española: desde Sevilla a Zaragoza, pasando por Barcelona y Valencia. Su presencia imponía respeto, y su dominio de los tiempos, los terrenos y el temple en la lidia lo convertían en un referente del oficio.
La relación con Fernando “El Gallo” no fue eterna. En 1885, tras un desacuerdo por la incorporación de otros miembros a la cuadrilla, Guerrita decidió separarse de forma tajante. Lo hizo con un escueto telegrama que reflejaba su carácter firme: “Enterado por su carta que no van a Caravaca ni Mojino ni Matacán, yo tampoco voy. Rafael.” Aquella ruptura marcó el final de su etapa como banderillero y el inicio de una nueva como figura por derecho propio.
Libre de ataduras, pasó a formar parte del entorno cercano de Rafael Molina “Lagartijo”, quien lo trató como a un hijo. El 29 de septiembre de 1887, en la plaza de toros de Madrid, Lagartijo le concedió la alternativa, en una jornada inolvidable. Guerrita, que entonces tenía 25 años y ya acumulaba una experiencia envidiable como subalterno, toreó con la seguridad y la madurez de quien lleva años respirando arena. Esa tarde no solo se doctoró en tauromaquia, sino que confirmó que estaba llamado a ser uno de los grandes.
Tras su alternativa, Guerrita viajó a La Habana junto a Francisco Arjona Reyes “Currito”, con quien toreó varias corridas que le abrieron las puertas del reconocimiento internacional. Su prestigio como matador creció rápidamente, y a lo largo de la década siguiente se consolidó como figura indiscutible del toreo, rivalizando con las grandes estrellas del momento y protagonizando algunos de los carteles más recordados de la época.
Guerrita siempre fue un torero completo. A su ya reconocida destreza como banderillero, sumó una técnica pulida, inteligencia táctica en el ruedo y una sobriedad que lo distinguía. Fue un líder natural, admirado tanto por sus compañeros como por el público, y su carrera fue marcada por decisiones firmes, como la de retirarse voluntariamente en el momento más alto de su popularidad, algo poco común en el mundo taurino.
En resumen, Guerrita no fue solo uno de los grandes matadores de su tiempo, sino un hombre que construyó su camino desde abajo, con trabajo, intuición y talento. Su paso como banderillero al lado de “El Gallo” no fue un simple episodio menor, sino la base de una formación sólida y honesta que lo preparó para liderar una época del toreo. Su nombre sigue presente en la historia como símbolo de oficio, temple y evolución. Su legado no solo vive en los libros, sino también en el ejemplo que dejó para todos aquellos que, como él, supieron subir cada escalón con dignidad y verdad.
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