A finales de septiembre de 1926, Sevilla fue escenario de un drama con todos los ingredientes de una tragedia clásica: fama, linaje, pasión, celos, ruina y un desenlace fatídico. El protagonista fue Enrique Ortega Fernández, conocido en los ruedos como “El Cuco”, destacado banderillero y cuñado de dos de las mayores figuras del toreo: Rafael “El Gallo” y Joselito “El Gallo”.
La historia conmocionó a la ciudad y llenó páginas de diarios y tertulias. Según informaron los medios de la época, Enrique atravesaba desde hacía meses una crisis profunda, tanto en el plano conyugal como económico. Su matrimonio con Gabriela Gómez Ortega, hermana de los célebres toreros, se había deteriorado por las continuas discusiones, motivadas por celos, sospechas de infidelidad y problemas financieros.
Gabriela lo acusaba de haber dilapidado la herencia familiar que recibió tras la trágica muerte de Joselito y de mantener una relación extramatrimonial con una mujer joven, con quien se decía pasaba largas temporadas en Marmolejo. La situación se volvió insostenible.
El 21 de septiembre de 1926, tras una nueva discusión en el domicilio de una hermana de Enrique, en la calle Feria de Sevilla, el torero perdió el control. En un arrebato de furia, agredió brutalmente a su esposa con una navaja barbera, provocándole varias heridas de gravedad: una profunda incisión en el pecho, dos puñaladas cerca del corazón y cortes en las manos cuando intentó defenderse. Convencido de haberla matado, intentó quitarse la vida hiriéndose en la cabeza y el pecho, para luego arrojarse por el balcón del segundo piso.
Milagrosamente, ambos sobrevivieron. Gabriela fue ingresada de urgencia y logró estabilizarse. Enrique, visiblemente alterado y herido, fue hospitalizado y luego trasladado al juzgado. Durante su comparecencia, lloró, pidió perdón, y repitió entre sollozos: “¡Mis hijos, mis hijos! ¡Gabriela!”. A punto estuvo de suicidarse nuevamente en las escaleras del juzgado, donde fue detenido por la Guardia de Seguridad antes de lanzarse al vacío.
Los informes médicos apuntaban a un grave trastorno emocional, agravado por el deterioro económico, los celos y la presión interna de verse superado por el peso de su apellido político y taurino. Atrás quedaban sus años de esplendor como torero de confianza de los Gallo, y su incursión en el teatro como autor del sainete El triunfo de Manoliyo, estrenado en el Teatro Martín de Madrid en 1918.
La tragedia se completó un mes
después, el 21 de octubre de 1926, cuando Enrique Ortega se quitó la vida de
forma definitiva, esta vez en casa de una hermana. Ponía así fin a una vida
marcada por el arte y el infortunio, y a una caída dolorosa desde las alturas de
la dinastía taurina más célebre del primer tercio del siglo XX.
Fuente: “EL ESCÁNDALO” Semanario,
BARCELONA, 30 DE SEPTIEMBRE DE 1926
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