El 16 de julio de 1893, la plaza
de toros de San Fernando se vistió de luto. Aquel día, durante una corrida en
la que participaban las cuadrillas de Bonarillo y Minuto, el joven banderillero
sevillano Antonio Lobo, conocido en los carteles como “Lobito Chico”, fue
mortalmente herido por el toro "Rosadito", de la ganadería de Eduardo
Ibarra. El astado, un ejemplar de respeto que ya había recibido diez puyazos y
había matado a un caballo, embistió con violencia y fatal desenlace al diestro,
cuyas heridas terminaron por arrebatarle la vida poco después en la enfermería
del coso.
Antonio Lobo había nacido en
Sevilla el 2 de octubre de 1870. Desde los quince años manifestó su vocación
taurina, dejando atrás el oficio de pintor para dedicarse plenamente al toro. Con
apenas diecisiete años se unió a una cuadrilla de “niños sevillanos” encabezada
por su hermano, el también torero Fernando Lobo. Este grupo, en el que también
figuraban Mazzantinito y Bonarillo, viajó en 1886 a México, donde torearon con
notable éxito durante dos temporadas. A su regreso a España, Lobo consolidó su
trayectoria como banderillero y se distinguió por su valor, buena colocación y
condiciones técnicas, especialmente en la suerte de banderillas.
Su presentación en Madrid tuvo
lugar el 27 de agosto de 1891 en una corrida con toros de Benjumea, donde actuó
junto a Mazzantinito. A pesar de su juventud, Lobito Chico ya era considerado
un peón destacado dentro de las cuadrillas, por su facilidad para adornarse con
las banderillas y por su entrega en los tercios. Era, además, un hombre de
carácter afable y modesto, cualidades que le granjeaban el aprecio de
compañeros y aficionados.
En la fatídica corrida de San
Fernando, al ejecutar un par de frente al cuarto toro del encierro —el
mencionado “Rosadito”—, el astado lo prendió de lleno. Una de las astas le
produjo una profunda herida en el muslo izquierdo que penetró hasta la cavidad
abdominal, desgarrando intestinos y vejiga. Lobito Chico fue conducido de
inmediato a la enfermería de la plaza, donde recibió los últimos auxilios y la
extremaunción. Lo atendieron el catedrático Dr. Francisco Meléndez, de la
Facultad de Medicina de Cádiz, junto a varios facultativos y practicantes. A
pesar de sus esfuerzos, el joven no pudo sobrevivir a la hemorragia interna
provocada por las heridas. Falleció en la propia enfermería, bajo custodia de
la Guardia Civil, mientras sus compañeros asistían impotentes al desenlace.
La autopsia reveló el carácter
devastador de la herida: rotura de vísceras, gran hemorragia interna y
contusión severa en el pecho, provocada por las vueltas que el toro dio tras
enganchar al torero. El cuerpo fue velado en la fonda de La Marina y
posteriormente en la iglesia parroquial del Salvador, donde se celebró un
funeral multitudinario el sábado 29 de julio. Asistieron numerosos diestros,
cuadrillas, picadores, empresarios, médicos y aficionados, además de
representantes de la prensa especializada y generalista.
La emoción fue generalizada, y el
dolor, palpable. Su hermano Fernando se abalanzó sobre el cuerpo sin vida del
joven torero al entrar en la enfermería, entre gritos desgarradores. Fue una
pérdida que conmovió profundamente al mundo taurino de su época. La cuadrilla
al completo acudió al entierro, y Bonarillo —el matador con quien Lobito Chico
toreaba aquel día— costeó los gastos del sepelio que ascendieron a 322,60
pesetas, además de encargarse de los trámites funerarios en nombre de la madre
del torero, Doña Dolores Escobar. Los gastos del funeral.Este gesto fue visto
por todos como una muestra de nobleza y solidaridad dentro del mundo del toro.
No era esta la primera vez que
Lobito Chico se enfrentaba al peligro con consecuencias graves. A lo largo de
su corta carrera ya había sufrido tres cogidas anteriores: en Madrid,
Villamanrique y, el año anterior, en San Sebastián. En esta última ocasión, una
cornada en el vientre lo obligó a lanzarse fuera del ruedo para salvarse. Pero
nunca, como en San Fernando, la fatalidad le alcanzó de forma tan definitiva.
Aquel 16 de julio de 1893, a sus
veintidós años , Antonio Lobo exhaló su último suspiro en el
lecho de la enfermería, truncándose así una prometedora carrera en la que
muchos veían el reflejo de un futuro torero grande. Su muerte se sumó a las
muchas tragedias que ha registrado la historia taurina, pero permanece grabada
en la memoria como una de las más amargas, por la juventud, el coraje y la
humanidad del torero caído.
Su figura representa hoy el
arquetipo del valor juvenil y la entrega sin medida que definen al buen torero.
Y aunque su nombre no alcanzó a figurar en la gloria de los grandes carteles,
sí dejó una huella imborrable en la historia del toreo decimonónico. Lobito
Chico, joven promesa truncada, descansa en la memoria del arte taurino como
símbolo de una pasión que, como tantas veces, encontró en la arena su trágico
desenlace.
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