miércoles, 6 de febrero de 2019

BELMONTE Y LA JULIA

Belmonte se despide de la Julia.

Fue hace ya muchos años. Un torerillo flacucho y desgarbado, Y tan simpático como guasón, llegó o Valencia procedente de Sevilla. Se hospedó en una modesta casa de viajeros que a la sazón había frente a la plaza de toros. Era de varias hermanas; pero la que allí mandaba con todos los honores se llamaba Julia. Por la celebridad que adquirió más adelante fue conocida la pensión de viajeros por "Casa de la Julia". Yo no está. Hace bastante tiempo que desapareció. La Julia era una buena moza muy desenvuelta, agraciada y muy alegre. Tal vez pasaba de los treinta años; pero por su buen humor y por su donaire diríase que era una mozuela con el encanto de hacerse simpática. El nombre del torerillo no decía nada, o pesar de su euforísmo: Juan Belmonte.
Quería ser torero a toda costa. Ser torero era su única y torturante ilusión. Apenas si salía de caso, y se pasaba las horas toreando de salón, ante la admiración de aquellas mujeres y de algunos estudiantes de Medicina, que apenas tenían noción de lo que era una muleta o un capote. Pero hacía tales cosas Juan, se transfiguraba de tal manera delante del toro imaginario, que su público, después de una faeno de muleta en que lo inspiración pareció tocar la frente del que después había de ser uno de las más grandes figuras del toreo, prorrumpía en olés! y otras exclamaciones propias del coso y le obsequiaba con uno atronadora ovación. Belmonte, tartamudeando, Ies da las gracias a todos medio en serio y medio en chufla. Juan estuvo varios meses en Valencia. N a die pagaba lo pensión de Belmonte; pero el futuro fenómeno continuó viviendo en cosa de Julia, rodeado del máximo cariño y respeto. Julia llegó a enamorarse rendidamente de Juan. No creo que lo dijera nunca o nadie, y tal vez no lo supo el propio Belmonte. Si fuera así es que el trianero tenío una venda en los ojos, lo que no es muy probable, tratándose de un muchacho tan avispado. Todo le pareció poco paro el mocete escuchimizado que quería ser torero.

En el comedor de Casa Julia.

Belmonte, agradecido, ayudaba lo que podía en los faenas de la casa, i De alguna manera había que pagar el hospedaje! ¿Qué pasa en la humilde pensión para tanto movimiento, Y tanto ir y venir, y tanta algazara? Pues pasa que Juan Belmonte, vestido con uno ropilla infame, va a torear una novillada sin picadores. Julia y sus hermanas están asustadas; los estudiantes de medicina se hallaban en el cuartito de Belmonte. Como éste está pálido, creen que tiene miedo y le animan. Mala tarde para el extraordinario lidiador. Un becerrote con muchas arrobas y corniveleto le da un cornalón en una pierna. Por la gravedad de su estado lo llevan al hospital. Julio, que no ha querido verle torear, está inconsolable en lo enfermería. El público se queda en lo plaza haciéndose lenguas del estilo de Juan y de su valentía. Los viejos le comparan con el Espartero y con Montes; los nuevos aficionados se quedan absortos por lo que le han visto hacer a un mocete que apenas si puede tenerse en pie Y andar. "lAsí no se puede torea r!", dicen algunos. “ iCómo se saca a los toros de la misma faja!", replican otros. Belmonte pasó su convalecencia en Casa de la Julia hasta que llegó el momento de volver a Sevilla ya recuperado, muchas veces volvió Juan a Valencia, nunca más volvió a Casa de la Julia, nadie sabe porqué.

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