Dolores Sánchez “La Fragosa” fue
una figura emblemática del toreo femenino en la España del siglo XIX, pionera
audaz que desafió las normas sociales y estéticas de su tiempo para forjarse un
nombre en uno de los espacios más cerrados para las mujeres: el ruedo. Nació en
el barrio de Triana, en Sevilla, el 25 de septiembre de 1866 —aunque algunas
fuentes apuntan a 1864—, en la calle Larga nº 24. Hija de Juan y Francisca,
comerciantes ambulantes, su infancia transcurrió entre su ciudad natal y La
Línea de la Concepción (Cádiz), adonde la familia se trasladó cuando ella tenía
apenas doce años.
Fue en La Línea donde Dolores
comenzó a relacionarse con el mundo del caballo, ayudando en las caballerizas
familiares que eran utilizadas para el transporte de mercancías. Este vínculo
temprano con la equitación no solo forjó su destreza física, sino también su
carácter decidido, que más adelante afloraría en los ruedos. Su afición por el
toreo nació entre capeas populares en los alrededores de Sevilla, donde se
inició como torilera y sobresalió por su habilidad. Años después, cantaba en
cafés cantantes, pero su atracción por la tauromaquia la empujó a convertirse
en novillera, guiada por una vocación que desbordaba los espacios
tradicionalmente reservados a las mujeres.
Debutó como torera en 1885 en
Constantina (Sevilla), enfrentándose a un becerro, y comenzó a ganar notoriedad
al actuar en localidades como El Arahal, Alcalá de Guadaíra, Jaén y Linares. Su
actuación del 13 de junio de 1886 en esta última plaza fue especialmente
celebrada. Ese mismo año, el 22 de julio, alcanzó su consagración en una corrida
histórica en Sevilla: encabezó un cartel compuesto únicamente por mujeres, y
tras ser herida por el primer becerro, continuó la lidia enfrentándose a otros
cinco, con bravura y dominio técnico, hasta ser sacada en hombros entre el
entusiasmo general. Esta faena fue objeto de abundantes crónicas, poemas y
coplas que circularon en la prensa taurina de la época, consolidando su fama.
La Fragosa fue la primera mujer
torera que se atrevió a sustituir la falda tradicional por la taleguilla,
vistiendo el traje de luces masculino en un acto profundamente transgresor.
También rompió con la convención de formar parte de cuadrillas exclusivamente
femeninas, al integrar una cuadrilla de hombres, lo que causó escándalo en los
sectores más conservadores de la afición y la crítica taurina. Su figura, sin
embargo, logró traspasar el estigma de su género. En 1886, fue retratada en la
portada del semanario taurino La Nueva Lidia, un gesto que evidenció tanto su
popularidad como la controversia que generaba. La prensa conservadora la atacó
sin clemencia. Ángel Caamaño, el célebre crítico taurino apodado “El Barquero”,
le dedicó un poema condescendiente y misógino:
“En vez de dedicarse a planchadora
o hacerse lavandera
se dedicó al toreo esta señora
y, al fin, se hizo torera.
Cada cual tiene un gusto diferente
y así vamos tirando:
pero yo lo que opino es, francamente,
que estaría mejor Lola fregando”.
Estas críticas no mermaron su
determinación. A lo largo de cinco o seis años de carrera, toreó en plazas
importantes de Andalucía, como Cádiz, Córdoba, Jerez, Sanlúcar y Linares, así
como en localidades madrileñas como Vallecas. Su estilo fue descrito como
valiente hasta la temeridad, y su entrega le costó numerosas cogidas. A pesar
de los riesgos, logró ganar lo suficiente para retirarse con tranquilidad,
según fuentes de la época, lo que confirma el impacto económico de su
popularidad.
Su trayectoria se inscribe en un
contexto singular: durante las últimas décadas del siglo XIX, el toreo femenino
vivió un breve periodo de efervescencia con cuadrillas como “Las Noyas”
—procedentes de Cataluña— que se presentaron en España y América entre 1895 y
1900. Sin embargo, la presión del gremio masculino no tardó en traducirse en
medidas institucionales. En 1908, el ministro de Gobernación Juan de la Cierva
promulgó una Real Orden que prohibía a las mujeres actuar a pie en los ruedos
españoles, consolidando un veto que ya venía aplicándose de manera extraoficial
por empresarios y matadores que se negaban a compartir cartel con ellas.
En lo personal, Dolores se casó
con su banderillero Rafael Sánchez, apodado “El Bebe”, y fue madre de “Bebe
chico”, quien también incursionó en el mundo taurino. A pesar de su fama, los
detalles sobre su retiro y su muerte permanecen en la penumbra. No se conoce
con certeza la fecha ni las circunstancias de su fallecimiento, lo que
contribuye a envolver su figura en una bruma de leyenda.
Dolores Sánchez “La Fragosa” no
fue solo una torera destacada, sino una transgresora radical en una España
marcada por rígidas convenciones de género. Su paso por los ruedos fue tan
fulgurante como incómodo para la estructura patriarcal del toreo, pero abrió
caminos para otras mujeres que, inspiradas por su ejemplo, encontraron el valor
de enfrentarse al toro —y a la sociedad— a su manera. Su nombre, aunque durante
años relegado a los márgenes de la historia oficial, hoy brilla con justicia
como símbolo fundacional del toreo femenino moderno.
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