El perro Paco callejero, vagabundo y de raza indefinida,allá por el último cuarto del siglo XIX, dicen que entró un día en el café Fornos y le cayó en gracia al marqués de Bogaraya, quien le puso el nombre y lo sentaba siempre en su mesa, como si de una persona se tratase, para que comiera un plato de carne. Incluso asistía con él a funciones de teatro y cuentan que si los chistes no tenían gracia, lanzaba un lastimero aullido entre las carcajadas del público, que premiaba al simpático chucho con una gran ovación.
Pero la mayor fama le vino por su afición a los toros compartida con el marqués. Ocupaba su localidad como uno más de los aficionados asistentes, y sólo cuando finalizaba la faena y el toro era sacado del ruedo, salía a la arena a realizar unas carreritas y hacer algunas cabriolas para gratificar al público, que agradecido aplaudía a tan peculiar can.
La tarde del 21 junio de 1882, el tabernero José Rodríguez de Miguel metido a novillero con el apodo de “Pepe el de los Galápagos” lidiaba, malamente, a uno de los toros que le había tocado en suerte. En el momento de la suerte suprema, nadie sabe por qué, Paco, se lanzó al ruedo y ladró furioso al torero,por primera vez en su vida saltó a la arena mientras el toro estaba aún con vida. Comenzó a hacer cabriolas, como reprochándole al lidiador su escasa pericia. Éste, temiendo tropezarse con el can, y para sacárselo de encima, intentó golpearle con la parte plana del estoque pero, al revolverse el perro con rapidez, recibió una estocada que lo dejó malherido en la arena.
A duras penas sobrevivió “Pepe el de los Galápagos” a las iras del pueblo de Madrid, que quería lincharlo. Finalmente, el empresario teatral Felipe Ducazcal, hombre muy querido en Madrid, consiguió apaciguar a las masas, y llevarse a Paco para que lo cuidasen. Pero a pesar de los cuidados recibidos, nunca se recuperó y murió poco después. Su muerte fue tan sentida, que se dice que hasta el mismísimo Alfonso XIII envió un sincero pésame al marqués.
Tras una etapa en la que permaneció disecado en una taberna de Madrid, fue enterrado en el Retiro.
Nunca llegó a reunirse dinero para hacerle una estatua que se había proyectado, no sabemos bien ni cómo era, ni dónde está enterrado. Pero Paco es, desde luego, un caso extraño, conmovedor porque todo el pueblo de Madrid, se aplicó a quererlo, a alimentarlo y a respetarlo. Lo que empezó como una broma terminó siendo un fenómeno de masas, pues incluso hubo avispados comerciantes que lanzaron productos «Perro Paco» y los sucesores de Rivadeneyra
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