Natural de Gelves (Sevilla), Pedro Romero dijo de él que no tenía desperdicio, de donde su mote, aunque otros afirman que fue en el Puerto de Santa María, donde un toro le sacó el ojo izquierdo, cuando Manuel Domínguez, al recoger el despojo en un pañuelo, exclamó: «¡Bah, desperdicios!»
Queda sentado, pues, que fue hombre duro y valiente, capaz de aguantar a un toro, encunado y abrazado a la cabeza, mientras los peones ponían a salvo a un picador caído.
Anduvo dieciséis años en América con ventura desigual y, cuando volvió, supo granjearse el favor del público, a pesar de Cúchares, por su valor crudo y su manera de matar recibiendo según las reglas de Pedro Romero.
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