miércoles, 14 de agosto de 2013

DON ANTONIO FUENTES ZURITA


Don Luis Mazzantini había revolucionado el vestuario torero,antes de que el italiano-español pisara los ruedos no se concebía a un torero vestido a la última moda, después se había generalizado el uso normal de otras indumentarias aunque «Guerrita» impusiera su criterio senequista y califal. Pero ese «naide» que había dejado como heredero don Rafael, al margen de ser un buen torero al que tenía difuminado el poder del cordobés, iba a revolucionar el aspecto externo de un hombre que, pese a sus altibajos, también daba una medida artística de buen gusto y calidad. 

Fue don Antonio Fuentes y Zurita, de Sevilla, un árbitro de la elegancia masculina y torera. Pero, antes de recordar la figura de Fuentes. Fue el Beau Brummell del toreo y no acabó tan arruinado como el lord inglés de la corte de Jorge IV porque volvió a los ruedos hasta el 31 de mayo de 1914, fecha en que toreó su última corrida en la plaza de Las Arenas de Barcelona, con toros de Concha y Sierra y la compañía de Rafael el Gallo y el mexicano Luis Freg. Era un buen torero y un dandi que no sé si leería a lord Byron, Musset o Baudelaire, pero que sí hubiera merecido una crónica de todos y cada uno de esos que veían la vida con un sentido estético.
"Después de mí, naide, y después de naide, Fuentes " (Guerrita)

 Y ese sentido de la elegancia lo tuvo desde chico: «Yo he rendido culto a la limpieza, a la higiene y al buen vestir. Es decir, que me ha gustado la buena ropa sobre todas las cosas... Ese mote de «el señorito» quizá nació de un sucedido de mis tiempos de aficionado... Estaba yo en Madrid, lampando de hambre y sin más que lo puesto, cuando un día un rico labrador paisano, de la tertulia del Café Suizo, me regaló dos duros... ¡Un caudal en aquella época!... Yo andaba muy mal de ropa interior y decidí comprarme una camiseta. Y como siempre he tenido gusto de las cosas finas, en lugar de adquirir una camiseta de algodón que entonces valían cinco reales, me «merqué» una de seda, de lo mejor que encontré, que me costó las diez pesetas justas y me quedé, muy a gusto, aquel día sin comer... Esto pareció a mis compañeros tan absurdo, que lo atribuyeron a presunción, y les dio por llamarme irónicamente «el señorito»...». 

Algún señorito más vendrá a esta historia porque el gusto por la elegancia ha sido también virtud de algunos hombres que vistieron y visten el traje de luces. Pero Antonio Fuentes hizo raya. Físicamente era la antítesis de su antecesor Mazzantini. Proporcionado de estatura, tez morena, pelo negro y ondulado, ojos brillantes, armonioso en el andar, juncal, distinguido y... jugador. . Lo cuenta «El Caballero Audaz» que coincidió con el torero sevillano en el Casino de San Sebastián y éste le confesó sus emociones como jugador. Como decía «Hilario el zapatero»: «Si el juego es emocionante perdiendo, ¿qué será ganando?» La suerte tampoco le era muy propicia al famoso torero, pero decían que la finca de «La Coronela», de su propiedad, lo aguantaba todo y daba para todo y que Antonio Fuentes, tan elegante como siempre, iba a la calle de las Sierpes y todos los días le limpiaban los zapatos y le afeitaban y le daba un duro al betunero y otro al barbero por un servicio que entonces costaba 15 céntimos.

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