jueves, 15 de agosto de 2013

NICANOR VILLALTA


Se casó poco antes de empezar la guerra civil y, en diciembre de 1936, en plena contienda, nació su hijo Niqui-Luis. El parto resultó una aventura que se resolvió favorablemente gracias a la ayuda del médico Luis Yunta, padrino del chico en lo que se llamaban «aguas de socorro» porque por entonces no se podía pensar en un bautismo eclesiástico. Luego, al cabo de los años, a Nicanor Luis se le bautizó en el templo del Pilar de Zaragoza con la presencia del citado doctor Yunta. Pero, al mismo tiempo que Josefina Juberías, la esposa del torero, tenía que cuidar del chaval, su gran preocupación era salvar a su marido de la persecución de los milicianos. 

Ella tenía la carrera de Comercio, era experta en taquigrafía mecánica y traductora de francés por lo que había estado en el Ministerio de la Gobernación de la República y conocía al ministro Ángel Galarza, con el que se puso en contacto cuando Josefina se enteró de que a Nicanor se lo habían llevado a la checa de Fuencarral. De allí lo trasladaron a la embajada de Estados Unidos y luego a la de Rumanía para, al final, refugiarse en la casa precintada de un diplomático destinado en Londres y en la que aguantó hasta el término de la guerra mientras Josefina y Niqui pasaban a la otra zona con la ayuda de Queipo de Llano, que instaló a madre e hijo en Sevilla a costa del Auxilio Social. Hasta que acabó la contienda y Nicanor tuvo que volver a vestir el traje de luces porque había desaparecido el dinero que tenía, unas fincas las había tenido que vender para subsistir y todo se le complicaba de forma fatal. 

El matrimonio abrió un establecimiento que se llamaba «Salón de Té Niky», con pastelería y repostería, en Princesa, 55, y tuvo que cerrarlo porque su socio industrial se quedaba con harina, azúcar y otros productos que entonces estaban racionados y el socio prefería aprovecharse de esos productos en el estraperlo. Tenía la plaza de toros de Toledo y también la perdió, un taxi y tampoco le lució el pelo con este negocio, hasta el punto de tener que acudir a la ayuda de los demás con el festival que se celebró en Madrid, que fue un rotundo éxito, y otro no menos brillante que se celebró en Zaragoza. Pero Josefina no podía aguantar más, se resintió su salud mental, deterioro psíquico le llama su hijo, e hizo blanco de todas sus críticas a Nicanor Villalta, que, al final, tuvo que abandonar el piso de Alonso Cano, en donde había vivido toda su vida, y marcharse en los años setenta con sus hermanas Delfina y Marina. Su triste situación la reflejó en imágenes Summers en la película «Juguetes rotos», en la que el cineasta puso unos cuantos ejemplos de ídolos truncados como el boxeador Paulino Uzcudum o el futbolista Gorostiza. Lo cierto es que Nicanor mantuvo el tipo hasta que murió el 6 de enero de 1980. 

Pasó mucho para llegar a ser figura del toreo, pero su gran cruz fue la enfermedad de su hijo Niqui-Luis al que le hubiera gustado ver vestido de torero, pero una lesión en una cadera y una enfermedad en el riñón le impidieron alcanzar tal sueño a cambio de muchos disgustos y gastos en médicos y operaciones. No todo fueron imprevistos y malas administraciones. Hubo mucho de mala suerte y circunstancias adversas: la guerra y la enfermedad de su hijo rompieron la vida de un hombre cabal.

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