jueves, 14 de marzo de 2013

Una suerte en desuso,el salto de la garrocha,interpretado aquí por Antonio Porras.
Antonio Porras Lucena (1945)
Matador de toros español, nacido en Espejo (Córdoba) el 20 de abril de 1945. Alentado por una temprana vocación taurina, se forjó en el duro aprendizaje del toreo frecuentando los festejos menores que se convocaban en su entorno meridional, dependencia regional que no le impidió, sin embargo, enfundarse su primer traje de luces en un coso tan apartado de su tierra natal como el de la ciudad gallega de Orense. Corría, a la sazón, el día 19 de junio de 1964, fecha en la que el joven Antonio Porras dio inicio a una excesivamente prolongada andadura novilleril, plagada -como la de tantos otros toreros modestos- de asperezas y dificultades.
No era la menor de ellas el no poseer unos mentores o padrinos que pudieran mover sus influencias para inscribir al joven aspirante en los circuitos de las novilladas sin picar que se convocaban en el panorama taurino de la época; de ahí que, durante los cinco largos años que tardó en ser incluido en un festejo picado, el animoso torero cordobés sólo tuviera ocasión de intervenir en quince novilladas sin caballos. Finalmente, el día 4 de mayo de 1969, en el pequeño ruedo madrileño de Vista Alegre, Antonio Porras Lucena debutó en una función asistida por el concurso de los subalternos de la puya, la mona y el castoreño; se jugaron aquella tarde seis novillos procedentes de la ganadería de don José Cobaleda, anunciados en un cartel en el que figuraban, junto al ya veterano novillero de Espejo -que acababa de cumplir los veinticuatro años de edad-, otros dos ilusionados aspirantes a convertirse pronto en matadores de toros: José Tarjuelo y "Curro Vázquez". La sorpresa para los aficionados madrileños que se habían dado cita en el humilde coso de Carabanchel vino protagonizada, precisamente, por Antonio Porras, quien practicó una las suertes más añejas del Arte de Cúchares, ya prácticamente olvidada hasta por los espectadores de mayor edad: el salto de la garrocha. Éste y otros gestos similares, plagados de valor y honradez, dieron crédito a los vivos deseos que tenía Porras Lucena de convertirse en figura del toreo; pero, al mismo tiempo, otros desagradables detalles (entre ellos, su pésimo manejo de los útiles de matar) pusieron de manifiesto las carencias que arrastraba un novillero que, a su edad, aún se hallaba en pleno proceso de aprendizaje.
Sin embargo, el handicap de estar "poco placeado" empezó a resolverse durante aquella campaña de 1969, en la que Antonio Porras Lucena consiguió cumplir diecinueve ajustes. Tras mantenerse bien situado en el escalafón novilleril en el transcurso de la temporada siguiente, al dar comienzo la de 1972 recibió, por fin, una oferta para tomar la alternativa en la primera plaza del mundo. Compareció, pues, en la Monumental de Las Ventas el día 14 de mayo de dicho año, fecha en la que daba comienzo el ciclo dedicado a la advocación del santo labrador, patrón de la Villa y Corte; venía, a la sazón, acompañado por el espada segoviano Andrés Hernando García, quien, a título de padrino, facultó al toricantano para dar lidia y muerte a estoque a una res criada en las dehesas de Sánchez Fabrés, que atendía al taurino remoquete de Espartero. Se halló presente también en la emotiva ceremonia el coletudo sevillano Marcelino Librero Ruiz ("El Marcelino"), quien tuvo ocasión de comprobar cómo Antonio Porras Lucena daba una vuelta al anillo de Las Ventas, entre las ovaciones del respetable, después de haber pasaportado a su primer oponente.
A pesar de esta lucida actuación, los ecos del buen toreo que era capaz de desplegar el valeroso lidiador cordobés no llegaron demasiado lejos, debido en parte a que seguía perteneciendo a ese grupo de toreros modestos que no cuentan con buenos mentores a la hora de conseguir contratos y manejar los intereses mediáticos. Y así, a pesar de esa prometedora intervención en Madrid frente al toro de su doctorado, la carrera de Porras Lucena no contó nunca con la ocasión propicia para iniciar su definitivo despegue; antes bien, en un vertiginoso declive arrastró pronto al diestro cordobés hasta los peldaños más bajos de un escalafón que acabaría abandonando con tanta discreción como amargura.

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