sábado, 12 de julio de 2014

MANUEL BUENO Y RUIZ "BLANQUITO"


Los anales del toreo cuentan con una carta suya verdaderamente histórica, aquella que escribió con fecha 18 de enero de 1888 desde Puebla (México) a un amigo sevillano, dándole minuciosos detalles de la mortal cogida que en dicha población sufrió el día 15 de aquel mes el infortunado banderillero Juan Romero, Saleri, primer diestro que tal apodo ostentó. La insertó La Lidia poco Meses después y fue reproducida más tarde por otras importantes publicaciones y algunas obras muy señaladas. 

Nació Blanquito en Sevilla el año 1859, según propia declaración escrita, publicada por el semanario sevillano El Arte Taurino. Murió en la misma capital el 1 de noviembre de 1920. Se crió en la casa en que habitaban los hermanos José y Fernando Gómez, Gallito y Gallito Chico, respectivamente. Cuando, de corta edad, quedó sin padres, le recogió el contratista de caballos Manfredi. La luz, la alegría y el color de las corridas de , toros le . subyugaron. Se hizo torero cuando era muy joven. Un mal capote, unas piernas de acero, propias para recorrer distancias considerables, una afición desatada y una respetable valentía compusieron los factores que empleó para comenzar la carrera taurina en su calvario por las capeas ,le los pueblos, tras haber sido aprendiz de carpintero y de fundidor de metales. En 1880 vistió por primera vez el traje de luces al torear en Olivenza (Badajoz) donde se quedó con todos los sombreros que le tiraron a su matador, para venderlos después en Sevilla.Hizo un viaje al Uruguay en 1884 como banderillero a las órdenes del Tortero. 

En 1886 se dio a conocer en Madrid como subalterno del Ecijano. Su deseo de hacerse matador hizo que se aventurase a actuar como novillero en la misma Plaza madrileña el 8 de septiembre de tal año, alternando precisamente con el mencionado Tortero. Pero esta intentona y otras que realizó después no dieron resultado satisfactorio, y en banderillero quedó al fin el siempre inquieto, bullicioso y dicharachero diestro sevillano. Toreó de plantilla con muchos matadores, pero las páginas más brillantes de su historia taurómaca las escribió formando parte de las cuadrillas de Cara-ancha, Antonio Reverte, Antonio Fuentes, Emilio Bombita, el Algabeño, Antonio Montes y Rafael el Gallo. Como todos los toreros que se defienden más con la cabeza que con las piernas y el corazón, se mantuvo en activo mucho más tiempo que cuantos empezaron con él, y fue un banderillero tan extraordinario y un peón de brega tan inteligente y eficaz, que contaba cuarenta y ocho años cuando Dulzuras escribió de él, en su anuario Toros y Toreros de 1907 lo siguiente: «El veterano señor Manuel llega a los toros como nadie; cuadra, clava y sale maravillosamente, sin que haya quien le supere en conocer el terreno que pisa y en ir a los toros que se quedan, como en tener valor para encontrarse con ellos cuando se arrancan con ímpetu. Cuánta expectación producía siempre que, con vista de lince, él mismo preparaba el toro con el cuerpo, para igualarlo, entrar recto, llegar a la misma cabeza y, con un leve cuarteo de insuperable elegancia, levantar los brazos con finura singular y producir la impresión de ser alzado por los pitones de la res! Blanquito pertenece a aquella brillante pléyade de banderilleros cuyas actividades.crearon algo que hoy no existe en los subalternos : estímulo. Los que venían detrás sentían una honda, noble y desinteresada preocupación por emularles, y el segundo tercio ofrecía un interés que ha desaparecido hace tiempo.


En 1912 y 1913, retirado ya, dirige e instruye a una cuadrilla de muchachos sevillanos capitaneada por Francisco Díaz, Pacorro, y José Sánchez, Hipólito. Disuelta al poco tiempo, la última actividad de Blanquito en relación con la Fiesta fue la de ejercer de conserje en la Plaza Monumental sevillana, de vida efímera. No es fácil tarea trazar la semblanza artística. de Manuel Blanco y Ruiz, Blanquito; todos los elogios acuden a la pluma para enaltecerle, sin que los lirismos tengan que intervenir para nada; un estilo limpio, transparente, diáfano, le distingue; si hacemos una selección de media docena entre los banderilleros subalternos de todas las épocas, en ella habrá de figurar él por derecho propio; ningún subordinado le aventajó: pocos fueron los que pudieron medirse con él; su figura airosa y bien proporcionada —menuda más bien— contribuía no poco a dar belleza estética a cuanto ejecutaba.

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