Reflexiones sobre el Dolor
El dolor es una de las experiencias humanas más universales, intransferibles y complejas de abordar. Su carácter, muchas veces inevitable, hace que intentemos instintivamente huir de él, negarlo o minimizarlo.
Uno de los cambios culturales y sociales más evidentes en nuestra sociedad es la privatización del dolor personal. Si en épocas anteriores predominaban las expresiones externas del dolor, hoy, por el contrario, no se nos permite llorar en público porque se considera como un signo de debilidad.
Si antes el esfuerzo y el sacrificio fueron considerados como valores culturales, ahora es la época del hedonismo que se guía por el principio del placer, es decir, todo lo que produce placer y agrado es bueno, mientras que es preciso evitar todo aquello que ocasiona dolor.
Es cierto que el gozo es saludable, pero no puede ser una droga contra el dolor que todos sentimos y que hemos acumulado a lo largo de nuestras vidas. El auténtico gozo no desconoce el dolor sino que lo asume de manera constructiva.
No hay crecimiento personal sin dolor, más aún, no hay posibilidad de creatividad en la vida si uno no se conecta con el dolor. La vida se va construyendo sobre las renuncias y la paciencia del duelo hace crecer.
Así, podemos encontrar que en la vida hay un dolor que tiene sentido porque hace crecer y madurar. También hay un dolor que dignifica porque es la consecuencia o el resultado de opciones personales. También existe el dolor arrepentido frente a las propias equivocaciones que la vida parece no perdonar.
Existe el dolor humillante frente a la propia debilidad y fragilidad. Hay un dolor en la propia vida causado por otros, resultado de una infidelidad, de una traición, de una deslealtad. También duele el sufrimiento de otros.
Hay distintas causas del dolor en la vida, pero el dolor es siempre el dolor y siempre hace sufrir. La verdad es que no existen límites exactos entre sufrir y no sufrir, porque tenemos tal miedo frente al dolor que este mismo miedo ya es sufrimiento. Este rechazo humano frente al dolor siempre hace surgir las preguntas del por qué y del para qué.
El dolor es inevitable, hace acto de presencia en todas partes y une a toda la humanidad porque es una experiencia común a todos los seres humanos. Todos pasamos, inevitablemente, por la escuela del sufrimiento.
El dolor es tan elemental como el fuego y el agua. Junto con el amor, el sufrimiento pertenece a las experiencias humanas más fundamentales, las que nos hacen lo que somos.
Con el pasar de los años cada uno aprende que es posible cerrarse al dolor, hacerse insensible para no sufrir, armarse con una coraza para evitar o defenderse contra los golpes de la vida, pero, en ese mismo instante, uno se da cuenta que defenderse del dolor es también cerrarse a la alegría. Hacerse insensible al dolor es hacerse también insensible a la felicidad.
El gozo y el sufrimiento, la alegría y el dolor, el amor y el rechazo son dos aspectos de una misma realidad, como la cara y sello de una misma moneda. No es posible hacerse insensible al sufrimiento, y, a la vez, quedarse abierto a sentir el amor.
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