sábado, 10 de mayo de 2014

FRANCISCO CARRILLO ORDOÑEZ


No fue Francisco Carrillo un torero de los que establecen rivalidad con un compañero; no fue de los que más aciertan a satisfacer los gustos del público; no fue de los que producen pasiones ni de los que promueven polémicas; a nadie eclipsó y nadie se apasionó por él, y si decimos que nunca se habló de sus faenas poniendo fuego en el comentario, haremos su mejor semblanza artística, más expresiva, sin duda, que la que dice así:
Era Francisco Carrillo
novillero regular
que a veces entró a matar
con la vista en el morrillo;
hombre modesto y sencillo,
nunca pensó en ganar oro
contendiendo con el toro,
y cuando, ya doctorado,
vio el horizonte cerrado,
se retiró por el foro.
Fue muy apañado torerito en su larga época de novillero, muy desenvuelto para andar alrededor de los toros; demostraba que había practicado mucho, que había prestado atención a las faenas de aquellos que conocían los secretos del arte; pero careció de un sello personal y su aparición en los ruedos coincidió con las resonantes actividades novilleriles de Monarillo», Reverte, Fuentes, «Bombita» (Emilio) y otros que después monopolizaron las Contratas y las simpatías de los públicos. Aunque no disgustaba, no producía emoción, y por eso quedó, ya como matador de novillos, en el vulgar término medio que tan poco favorece a los que no consiguen pasar de él.
Hijo de don Manuel Carrillo y de doña Dolores Ordóñez, nació en Sevilla el día 2 de diciembre de 1868; le dedicaron sus padres al oficio de cerrajero, al que no se aplicó ni poco ni mucho, y a "los catorce arios empezaron sus escapatorias a las capeas, poniendo en su afición un afán grande por aprender los secretos de la profesión. No tardó en considerarse apto para campar por sus respetos, pues lo -de obrar con entera independencia es cosa que ha seducido siempre en todas las actividades, y solamente contaba quince años cuando se erigió en jefe de una cuadrilla que recorrió algunas provincias de Andalucía y las dos de Extremadura.
Creció, se atrevió a mayores empresas, fue novillero, y en el año 1889 marchó a La Habana, con miras a obtener allí, a cambio de su trabajo tauromáquico, el caudal que necesitaba para librar a un hermano suyo de la milicia, pues entonces no sé había implantado todavía el servicio obligatorio (aún habría de tardar lo menos veinte años en establecerse) y abonando mil quinientas pesetas se veía uno libre de tomar las armas. En la capital de Cuba, posesión española en aquel tiempo, alternó con José Machío y quedó, en conjunto, muy aceptablemente; desde allí se trasladó a Caracas, reunió con creces el dinero necesario para dicho fin, regresó a España y tuvo la satisfacción de evitar (Ir su citado hermano vistiera él uniforme militar Cuando se presentó en Madrid como matador de novillos el 6 de septiembre del ario 1891 llevaba ya largo aprendizaje; alternó en tal ocasión con Gavira y «Blanquet» en la lidia y muerte de seis reses de Carrasco, y a partir de tal «debut» se le vio con agrado, frecuentemente, en dicho ruedo, pues sin ser un fenómeno llenaba su puesto y, dentro de su modestia, no- desentonaba entre los más notables. Un inciso aclaratorio: el Gavira con quien alternó al darse a conocer en Madrid fue el referido Francisco Piñero (1873-1898) y el «Blanquet» aquel (1869-1914), nada tuvo que ver con Enrique Belenguer, el famoso peón de brega, pues aunque valenciano, como éste, se llamaba Luis Villanueva.

Los nombres y apodos repetidos obligan a poner los puntos sobre las íes, a fin de disipar cualquier duda. Vuelvo a tomar el hilo que con Carrillo se relaciona y tirando de el nos enteramos de que, sin salir de novillero, toreaba a menudo, sí, en plazas importantes, pero no conseguía dar el estirón necesario para nadar en mayor extensión de agua, y cuando tuvo aciertos, no supo aprovecharlos o no se atrevió a dar el paso adelante. En los días 7 y 21 de julio de 1895 toreó en Madrid; en la primera fecha, reses de Villamarta, con «Bebe-Chico» y «Conejito», y en la segunda, ganado de don Juan Vázquez con «Gorete» y «El Jerezano»; en las dos tardes realizó un trabajo que satisfizo completamente al público, demostrando su capacidad, su inteligencia, sus buenas dotes de estoqueador; mas no sacó partido alguno de tales aciertos. E igual ocurrió después de obtener en la misma Plaza un triunfo absoluto con fecha 25 de marzo de 1896, en cuya ocasión alternó con *El Tortero» (que había retrocedido a las filas novilleriles), Cervera y «Parrao»: y dio cuenta de un buen mozo, de la vacada de Udaeta, de manera magistral. De lo dicho se infiere que se fue gastando como novillero, que ario tras año le iba dejando al mar-gen la gente nueva y que las tardes felices no le deparaban ya ventaja alguna. Con fecha 7 de agosto de 1898 actuó en el mismo ruedo madrileño con «Alvaradito» y «Valentín»; por cogida de éste, se vid obligado a matar cuatro toros de la ganadería de Halcón; se reveló una vez más corno diestro enterado y excelente estoqueador; pero siguió matando novillos, menos solicitado por las empresas en cada temporada. En más de diez arios que duró como novillero no creyó ver la oportunidad esperada para hacerse matador de toros; y cuando, pasado de maduro y terminado el siglo XIX se decidió a dar tal paso, era ya un torero casi anacrónico. Fue en el día 8 de julio del año 1901 cuando tomó la alternativa en la Plaza de La Línea; se la dio Joaquín Navarro («Quinito»), con toros de don Basilio Peñalver, y tal ascenso, a aquellas alturas, no significó otra cosa que la satisfacción de un deseo largamente mantenido, a sabiendas ya de que no habría de depararle ninguna ventaja profesional.


Contaba cerca de treinta y tres años y había dado de sí cuanto de él pudiera esperarse. Después toreó muy poco, a salto de insta, como quien dice; fijó su residencia en La Carolina (Jaén) y de sus escasas actuaciones no se enteraba nadie; pasó mucho tiempo, y cuando ya se le creía retirado cuando con fecha 20 de octubre del año 1912 toreo en Lima (Perú) con Francisco González («Faíco») y Francisco Soriano («Maera»); es decir, que se unieron tres Franciscos para evocar, sin duda, una época en la que no pensaban en la tibieza ni en el olvido de los públicos. Sevillanos y con buenas aptitudes los tres, ninguno de ellos logró calar hondo en el ánimo de los aficionados de su tiempo, y, abandonados a sus propias fuerzas cuando habían dado todo el rendimiento que podían, naufragaron en el proceloso mar donde se hunden tantas ilusiones. Francisco Carrillo y Ordóñez fue, en suma, un lidiador que si nunca consiguió que su nombre fuera unido a la hipérbole del elogio; si no consiguió gran relieve en los ruedos, pasó por éstos como un probo torero de artesanía merecedor, de mejor suerte cuando estuvo en la granazón de su mocedad, pues otros con menos aptitudes consiguieron navegar en franquía durante algún tiempo, acaso por contar con ayudas de las que Carrillo careció.

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