sábado, 6 de abril de 2013

Se llama 'Platanito'


En su acepción literaria, de la cual fue pionero el Cela que le mordía el cuerno a la prosa, el tremendismo consiste en sacudir al lector mediante un énfasis de lo grotesco, de lo crudo. De lo escatológico, incluso, pues no faltan, en las novelas tremendistas, ni personajes que intentan lamerse la propia verga. En la lidia, el tremendismo caracterizó a toda una generación de maletillas que venían huyendo del hambre y que quebrantaron todas las reglas del dogma de pureza por un compromiso con el divertimento casi circense siempre en la inminencia de la cornada. El salto de la rana de El Cordobés. O el salto del saltamontes de Platanito, que era lo mismo, «sólo que al revés».
Si los juguetes rotos del boxeo acaban vestidos de guerrero egipcio en los casinos de Las Vegas, los del toreo bien pueden terminar como Blas Romero, alias Platanito: vendiendo lotería en las tascas del Madrid barrial y en las galerías de la plaza de Las Ventas, donde los aficionados veteranos todavía le reconocen como una condecoración al valor esa cicatriz que le corta el rostro desde que a un toro le dio por firmarle un autógrafo en El Escorial para permanecer en sus recuerdos. Engañado por su entorno, que le distrajo la mucha plata ganada y le subía a la habitación mujeres por parejas para que se olvidara de reclamarla, Platanito se encontró condenado casi a la indigencia cuando el público se cansó de los excéntricos del tremendismo, de los kamikazes que salían a que el bicho les operase de apendicitis, y los expulsó del templo para hacer hueco a los puristas. Recuerda que entonces fue Juanito, el 7 del Real Madrid que tanto tuvo él mismo de maletilla y de tremendista, quien acudió al rescate y le colgó del cuello los primeros décimos: «Se enteró de que yo lo estaba pasando muy mal y me citó en el hotel de concentración. Me dio algún dinero, pero sobre todo me dijo que me quería ver, el viernes siguiente, en la Ciudad Deportiva con 200.000 pesetas de lotería.Fui, y él hizo que el equipo me la comprara toda: 'Y el viernes que viene vuelves con más'. Desde entonces, estoy en esto. Sobrevivo, pero muchas veces me pregunto por qué no fue El Cordobés quien acabó vendiendo lotería, y yo viviendo la vida de El Cordobés.Aunque te salgan hijos naturales, que por cierto a mí una vez me trajeron uno y yo dije que no podía ser mío, tan feo, tan mal hecho».
Antes de eso, Platanito tuvo que resignarse a jugar con unas cartas de vida tan malas que bastan para convertirle en el retrato robot del maletilla de los 60. El que no llega al toro por afición ni por un concepto místico del arte sino porque la otra opción para salir adelante es entrar en una gasolinera con una recortada.Estuvo en el hospicio y en un correccional, donde, tan ocupados como estaban torturándole, ni siquiera se molestaron en enseñarle a leer y escribir. Alcanzada la primera juventud, su madre -«una mujer hermosa a la que le sobraba su familia»- quiso meterlo en el mismo manicomio donde ya le había precedido su padre y algún otro familiar: «Me llevó mi madre y el director le dijo: 'Pero mujer, ¿éste también? Pero si no le pasa nada. Ya está bien de traernos gente'». Jamás le había pegado un pase a un toro, pero acaso porque no vio otra salida o porque su padre se había iniciado como novillero con el mismo apodo que él heredó, Platanito decidió hacerse matador de toros por la vía tremendista: «Nunca he sido bueno, eso está claro. Yo salía a hacer lo que el público esperaba, lo que le divertía. Y así me salvé de todo, del manicomio, de la pobreza, estoy seguro de que hasta de la muerte en la calle».
Lo que el público esperaba, y por lo que llenaba la plaza cuando él toreaba, era un numerito extravagante y ajeno a los cánones, pero al mismo tiempo lleno de una audacia como de ruleta rusa: «Yo había tardes que hasta me dejaba coger porque sabía que gustaba mucho lo de verme pegando volteretas, recibiendo una paliza del toro. Supongo que por una parte había cierto respeto, más por la valentía que por el arte. Pero también me hacían cosas como tirarme plátanos. Cuando caía uno, yo lo pelaba y me comía la mitad. La otra mitad se la daba al toro, que como estaba muerto de sed lo comía en mi mano como un perrito. Eso del plátano me distinguió tanto que muchas tardes salí a torear con una ristra colgada del traje. A veces me traía también una oreja del desolladero.Así, cuando el presidente me la negaba, yo la sacaba y la enseñaba como si la hubiera ganado. La de multas que pagué por eso».
Antes de que le llegara la oportunidad, Platanito la buscó tirándose a la plaza de espontáneo, recurso urgente al que se asió tanto maletilla para ver su nombre escrito en los periódicos. Lo intentó por primera vez en una tarde de San Isidro. Fue detenido en el callejón cuando le vieron venir y el resto de la feria, para que no volviera a intentarlo, se lo pasó trasladado de una cárcel a otra, desde la DGS de Sol hasta Carabanchel y Ciudad Real.Nadie le paró, poco después, cuando volvió a intentarlo en Salamanca, mientras toreaba El Viti: «Tenía tanta hambre que mientras bajaba por el tendido hacia el ruedo le robé el chorizo a un tipo que se lo había llevado para hacerse un bocadillo. Me puse a dar unos pases mientras me comía el chorizo y cuando la cuadrilla se vino para echarme, El Viti dijo: 'Dejadle, dejadle'. Para que me luciera, para hacerme notar. El Viti es un gran tipo que me ha ayudado en muchas ocasiones. Después de lo de Salamanca, incluso me invitó a su finca para que me entrenase».
Se tiró de espontáneo otra docena de veces. Hasta que por fin cuajó como torero gracias a La oportunidad, un programa de televisión a la manera de Operación triunfo patrocinado por Dominguín: «Eramos unos 1.500 chavales en Vistalegre. De todos ellos, Dominguín sólo nos escogió a Palomo Linares y a mí. Yo a Palomo le envidiaba la casta de torero. Obviamente, tenía mucha más afición que yo, lo suyo era en serio. Yo sólo deseaba hacerme rico, no tener que robar gallinas». Ahí arrancó su edad dorada. Los contratos.Las plazas llenas. Los coches por capricho: «Tuve el primer Citroën Tiburón que hubo en España». La fama. Las mujeres: «Las siete novias que llegué a tener al mismo tiempo, más las que me llevaban a los hoteles».
Hubo una vez una plaza en la que incluso la montera le volvió con una invitación de la Caballé: «A mí me dio miedo, tan poderosa de físico como era, y no me atreví a aceptar». Pero no se ató al mástil como Ulises, sino que se dejó tentar por la noche, por farras tan prolongadas que se iba a torear de empalme, por lo que en muchas ocasiones saltó a la plaza borracho: «Menos mal que a los toreros no les hacían control anti-doping... Hubo una vez, en Castellón en que salí a hacer el paseíllo caminando en zig-zag. No lograba andar tieso, no había manera. Me cogieron, claro, y en la enfermería, el médico dijo: 'No le pongáis nada para el dolor que ya viene anestesiado. Yo creo que me pasé un poco, con cosas como ésa, y la gente acabó harta de mí, porque ya era un escándalo».
La salida de Platanito tuvo una transición definitivamente circense, con un espectáculo en plan bombero-torero que se llamaba Platanito y su troupe. Entre la troupe había enanos y payasos. Y estaba también, para aportar el matiz de toreo serio Ortega Cano, que así se inició en el oficio: «Yo le impuse siempre en mi cartel, por lo que gracias a mí pudo torear no sé cuántos bichos de gratis.Se hizo ver, y desde allí se convirtió en el gran torero que luego fue, en parte gracias a mí. Por eso estoy muy dolido con él. Hace un par de años, me montaron un homenaje en Vistalegre para que me quedara algún dinero, algo con lo que tapar los pufos.Ortega vino, pero me cobró su cuadrilla, ¿te lo puedes creer? Quinientas mil pesetas, que ya ves lo que significarán para él, pero a mí me crujieron y me dejaron muy desencantado. La verdad, hay pocas cosas más hermosas que una corrida de toros. Pero el entorno, el mundo taurino, eso es una mierda. ¿Quieres algo para Navidad?.

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