LAS COSAS DE DON FERNANDO
Fernando Gómez y García (el Gallo), padre de los diestros que han ostentado igual apodo, nació
en 1849; murió en 1897. Fué un maestro como pocos, un torero notabilísimo y un estoqueador deplorable.
Graciosísimo y decidor,
Toreaba con él en cierta ocasión como
sobresaliente, con obligación de
matar el último toro, un diestro que
luego fué espada de alternativa, el
cual, como otros muchos toreros de
aquella época, incluso Guerritá, aprendió
no pocos secretos del arte junto
al señor Fernando.
Cuando el mencionado sobresaliente
requirió los avíos para despachar a
la res que le correspondía, se encaró
con el maestro y le preguntó:
—Señor Fernando, ¿ empiezo con un
cambio ?
—No, hijo; con ese arma mía no
cambies ni dos pesetas. Tómalo con
la derecha y despegadito, que, aún
asi, todavía te va a agarrar..
Y le agarró.
Cuando en 1883 vino a España el
padre del último emperador de Alemania,
entonces príncipe imperial, Federico
,se celebró en Madrid en su
obsequio una corrida en la que tomaron'
parte Lagartijo, Currito y el Gallo
Mediada la corrida quiso el príncipe
ver a los toreros de cerca y pidió
que subiesen al palco regio.
Cuando estuvieron delante de él los
tres espadas, parece que dijo:
—¡Starque manncr nnd schonc fest!
que traducido del alemán significa:
¡Bravos hombres y hermosa fiesta!
Currito, dándoselas de más culto
y diplomático que sus compañeros, y
creyendo que el príncipe le había ofrecido
su casa, le alargó la mano diciéndole
muy campechano:
—Muchas gracias; en el barrio de ,
San Bernardo tiene usted la suya.
Al bajar del palco, dijo Lagartijo;
—Pa estos casos nos hacía falta un
intrépete.
A lo que objetó el Gallo:
—Pero ¿ por qué han de habla todos
estos extranjeros en perro, cuando
aquí es donde chamuyamos la chipén,
y esto lo entiende cuarquiera.
Uno de sus banderilleros había estado
fatal pareando y el público le
dio un meneo terrible.
Cuando el Gallo se dirigía a matar
al mismo toro, salió también del estribo
el banderillero de marras con el
capote, dispuesto a ayudar al señor
Fernando, y éste le pregunto—¿A dónde va osté?
—A bregar...
—Vaya osté ahora mismo a sentarse
en el estribo,
—¿ Pero por qué ?
—¿ No ve osté que se van a mezclar
los pitos que le dirigen a osté con
los que me van a dar a mí como mataor
y esto va a ser un laberinto ?
En una tertulia a la que él asistía
se pasaba el tiempo haciendo acertijos,
y al llegarle su turno hizo la siguiente
pregunta:
—
¿ Sabéis ustedes cuál es el santo
que no tiene pies ni cabeza?
Nadie daba con la solución, y en
virtud de ello, hubo de exclamar el
Gallo:
—¡ Pues er Santo Oleo!
Toreando en Talavera de la Reina
—-donde murió su hijo, el gran Joselito
—había puesto una estocada corta a
uno de los toros, y comprendiendo que
a poco más que penetrara surtiría el
apetecido efecto, requirió el auxilio de su puntillero Juan Antonio Mejia.
hombre hábil en tales menesteres; pero
busca a Mejía por aquí, busca a
Mejia por allá, no aparecía el hombre.
Por fin, ya desesperado, y al ver
que el público se impacientaba, exclamó
el Gallo:
—¡ Várgame la Maalena ! ¿ Por dónde
andará don Juan Tenorio ?
—¿ Para qué, maestro? — le preguntó
un peón.
—i Pa que matase a-Mejía!
Un banderillero fué- a pedirle una
vez que le diera una corrida y el Gallo
prometió complacerle si había ocasión.
—Es que yo soy un buen peón, aunque
no me esté bien el decirlo, y, además,
doy el salto de la garrocha.
—Está bien, hombre. ¿Y cuánto
quieres tú ganar?
—Veinticinco duros, señó Fernando.
—No es mucho; pero, mira, es el
caso que también ha venido a pedirme-
corridas otro buen peón que gana
diez y seis y da el salto del tigre.
Lo que sigue no es del Gallo, pero
con él se relaciona.
Una vez fué a matar cuatro toros
a la isla de San Fernando, complaciendo
así a un compadre suyo que se hizo
empresario de tal corrida.
Era el tal zapatero y pensaba utilizar
en su industria las pieles de los
cornúpetos una vez curtidas.
El señor Fernando le dio gusto
a la mano de la espada y pinchó más
que un manojo de ortigas.
Sobre todo estoqueando al cuarto
bicho, se volvió loco, y cuando había
herido al animal en todas partes, el
zapatero-empresario se puso en pie
gritando:
—¡ Compare e mi arma! Pare osté
la ametrallaora, que no me va a
quear libre un peazo ni pa confesioná
unos sapatos a los chavales.
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